El papa Juan Pablo II, fiel a la tradición instaurada por el papa Pablo VI, en 1968, ha propuesto para hoy, 1.° de enero del nuevo año, 2004, su vigésimo quinto mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, equivalente a igual número de años de pontificado. Su título es: “Un compromiso siempre actual: educar para la paz”. De este modo, desde 1968 a hoy, la Iglesia Católica ha propuesto, ininterrumpidamente, 36 mensajes de paz, para que esta sea, como “presagio y promesa”, según lo anunció Pablo VI, “con su justo y benéfico equilibrio la que domine el desarrollo de la historia futura”.
Estos 36 mensajes, como lo expresa Juan Pablo II, han creado una verdadera “ciencia de la paz”, “una síntesis de doctrina, que es como un glosario fácil de entender para quien tiene el ánimo bien dispuesto, pero, al mismo tiempo, extremadamente exigente para toda persona sensible al porvenir de la humanidad”. Ninguna institución mundial ha sido tan coherente y leal con el tema de la paz como la Iglesia Católica, no obstante las caídas y recaídas de las naciones y de los estados frente a este bien supremo para la humanidad. Ni siquiera la acción devastadora de dos guerras mundiales en el siglo XX ha logrado enraizar la paz en el corazón del hombre y en la estrategia de los estados. Esta dura y prolongada experiencia ha impulsado, de nuevo, al papa Juan Pablo II a invitar a las naciones a “actuar para que el ideal de la convivencia pacífica, con sus precisas exigencias, entre en la conciencia de los individuos y de los pueblos” ya que, pese a todo, “la paz es posible y necesaria” sobre las cuatro bases de la verdad, la justicia, el amor y la libertad, propuestas por el papa Juan XXIII.
El mensaje de Juan Pablo II sobre la educación para la paz presenta una característica: no se ciñe al acto pedagógico de la paz, sino que extiende la acción educativa a la legalidad, al respeto del orden internacional y la observancia de los compromisos asumidos por las autoridades. Así, la paz y el derecho internacional forman un binomio inseparable, cuyo incumplimiento no duda en denunciar “en momentos en que se percibe la tentación de apelar al derecho de la fuerza más que a la fuerza del derecho”, una clara alusión a la guerra de Iraq y a la filosofía imperante actualmente en EE. UU. Esta referencia se afirma aún más al asumir el Papa una defensa vehemente de la ONU y del Consejo de Seguridad, cuyo eje es, según expresa, la prohibición del recurso a la fuerza con dos solas salvedades: la legítima defensa y el sistema de seguridad colectiva. De seguido, el Papa elogia la labor de la ONU, a la que le confiere un grado superior de ordenamiento internacional, como “centro moral” de una “familia de naciones”. Este poderoso espaldarazo papal a la ONU no debe pasar inadvertido frente al desafío de la paz y, como el Papa lo manifiesta, del terrorismo, cuyo combate “no puede reducirse solo a operaciones represivas y punitivas”. También aquí deben conjugarse los planos político y pedagógico, y la elaboración de instrumentos jurídicos dotados de mecanismos eficientes de prevención, control y represión de los delitos. En suma, la democracia no puede renunciar nunca, agrega el Papa, al estado de derecho.
Al repasar Juan Pablo II la aportación de la Iglesia por la paz, inseparable del orden ético y jurídico, de la justicia y la solidaridad, cierra su mensaje con su infatigable invitación a la reconciliación, más allá de la lógica de la justicia, cuyo telón de fondo es la crisis del Oriente Medio. No hay duda de que, en la situación actual del mundo, un planteamiento tan rico en conceptos e ideales, y en propuestas concretas, como la exaltación del papel de la ONU o la amplitud de la educación para la paz, representa un aporte que nuestra política internacional e interna debe recoger.