Es necesario distinguir dos principios de orden público sumamente importantes en el actuar estatal. Por un lado, el principio de eficiencia persigue que la Administración Pública haga un uso óptimo de los fondos y recursos que le son asignados; por otro lado, con el principio de eficacia se proyecta alcanzar metas de modo oportuno.
Es cierto que la falta de pericia de los funcionarios públicos en general, al momento de planificar, es regla en la gestión del Estado. El mandato de ser eficientes, eficaces y de rendir cuentas, según los alcances del artículo 11 de la Constitución Política, corre el riesgo de convertirse en una norma impráctica por creer que lo no aprendido a hacer bien antes no se puede lograr de la noche a la mañana.
Verdadera planificación. La nueva redacción del artículo constitucional citado, indica que la Administración Pública está sometida a un procedimiento de evaluación de resultados y rendición de cuentas; ergo, el imperativo de la planificación resulta ser, ahora, un derrotero básico en la función que ejerce todo el Gobierno de la República. So pena de responsabilidades personales, se debe planificar eficaz y eficientemente cómo se piensa gastar cada colón.
Trazar una meta a corto, mediano o largo plazo, analizando los recursos humanos y físicos con los que se cuenta, las fortalezas y debilidades del ente, así como las oportunidades de crecimiento y amenazas tanto endógenas como exógenas, es, en pocas palabras, planificar. Se acabó el gastar por gastar sin dar explicaciones de cómo, por qué y para qué, se hizo una determinada inversión.
Esto conlleva el romper paradigmas equívocos de planificación. Cada proceso y proyecto debe formularse a partir de criterios de pertinencia, precisión, oportunidad, confiabilidad, economía, entre otros; en suma, deben ser bien pensados los indicadores de gestión.
Mejoría y correcciones. Es importante refrescar algunos de los beneficios que surgen de una correcta planificación: el cliente o cada habitante de este país, y la satisfacción de este, será la razón de ser de cada institución pública –se humaniza el trato a las personas y sus necesidades–. Hay monitoreo constante del entorno interno y externo lo que permitirá detectar las oportunidades de mejora y la implementación de acciones correctivas. La experiencia de lo que se aplica fruto de la planificación, permitirá crear un valor elemental: ir al futuro a partir de la enseñanza que se va logrando.
La planificación, aunque parezca tediosa en su labor más importante, la formulación, es la herramienta número uno para dar existencia a la razón de ser del Estado en su conjunto: la plena satisfacción del interés público.
Entonces, más que asimilar el reto de la evaluación y, previamente, la correcta propuesta de la planificación, como procesos extraños o incompresibles, vale la pena darle su lugar y aspirar por comenzar a ver la cosa pública como algo que nos pertenece a todos y que, por lo tanto, debemos saber administrar con eficiencia y eficacia.