En Europa, el macondiano primer mundo, se sigue educando a la gente en el nuevo evangelio de amar la basura como a nosotros mismos.
En muchas ciudades alemanas suelen colocar enormes tambores de acero con tres aberturas: en una los disciplinados alemanes meten las botellas, en otra el papel y en la tercera materias orgánicas.
Es otro paso en el mundo del reciclaje, del que tenemos mucho qué aprender en este lado del charco.
Cada 3 meses, en cualquier ciudad alemana, las calles se van llenando de basuras cuidadosa y estéticamente botadas por sus dueños. Es otro paso en el mandamiento de reciclar desechos.
Adiós nostalgias. Botar la basura para muchos alemanes es casi un rito, una forma de romper con la nostalgia. Frente a las residencias empiezan a aparecer, por la noche, libros o revistas viejas que se llevan algún secreto de sus dueños.
Hay cajones que guardaron durante años las intimidades de alguna frau (señora) añeja o de una fraulein (señorita) nueva; colchones que fueron escenario de agitados amoríos, radios que transmitieron horrorizados la Segunda Guerra Mundial, sillas en el ocaso. Hay muebles viejos, pero todavía tan activos como cualquier expresidente tercermundista, sofás de siquiatras con los fantasmas de clientes que se negaron a despertar por temor a la cuenta.
Uno pasa, coge su basura y se va. Nadie le va a decir nada. Un estudiante chileno nos contaba que todos los muebles de su casa fueron capturados en estos mercados.
Según las estadísticas, que nunca faltan, estudiantes, extranjeros y ecologistas son quienes más se nutren de esta bolsa de desechos, que nosotros no aprovechamos.
Esfuerzo e inversión. Muchos de los objetos conseguidos en este Wall Street del reciclaje, donde el esfuerzo y la inversión consisten en agacharse simplemente, van a dar luego a los famosos "mercados de las pulgas". Un retoque aquí, una limpiada allá, y ya está listo para negociarlo con los cazadores de estos mercados, que en Alemania nacieron en la década de 1970 como sitios de contacto popular.
La gente que asiste es tan heterogénea como la mercancía. No es raro encontrar imponentes negras africanas con cintura de avispa, monarcas derrocados o latinos perplejos y despistados al lado de alemanes descomunales.
"Yo te boto, tú me recoges", parecería ser el lema de esta industria del reciclaje. Alguien quiere lo que usted desprecia.
Alguna vez alguien ofreció en la prensa bilis de buey. Una fábrica francesa de perfumes le metió computador a la bilis y puso a oler bien a las bellas de la aldea global.
Que no nos llegue el año 3000 sin saber conjugar bien el verbo 'reciclar' en alguna acepción que produzca plata.