Una tarde de 1963, mamá y yo corríamos de mi escuela hacia la casa con gran emoción: nuestro primer televisor había llegado. Pertenezco, pues, a una de las primeras generaciones que vieron televisión desde su infancia. En esa época me hice fanática de las fábulas y muchas de ellas todavía las disfruto.
Quienes compartieron conmigo ese gusto por los dibujos animados, posiblemente recuerdan la serie del coyote y el correcaminos. Estas fábulas tenían siempre la misma trama. El correcaminos era odiado por el coyote, quien vivía planeando y ejecutando diversos planes para matarlo. Sin embargo, mientras el correcaminos seguía velozmente su camino, el coyote terminaba siendo, continuamente, la víctima de sus malintencionados planes.
La lección de las fábulas. A lo largo de mi vida he visto muchos ejemplos de coyotes y correcaminos. Una persona es permanentemente perseguida por otra (u otras) y resulta siempre victoriosa, aún sin proponérselo. Existe una especie de "ángel guardián" para el correcaminos. En cambio, al coyote, "le sale el tiro por la culata".
En las fábulas, al igual que en los sueños, los animales simbolizan los principios instintivos del ser humano. Representan nuestra figura interior y nuestro quehacer.
¿Qué es lo que odia el coyote del correcaminos? Podría ser su éxito arrollador, su casi inagotable energía o su invariable buen humor. Sin embargo, lo que más debe odiar el coyote es la libertad del correcaminos. Por lo general, quienes juegan el papel del correcaminos son personas espiritualmente libres y su conducta es fiel reflejo de esa libertad. En cambio, el coyote jamás puede ser libre porque es prisionero de la envidia.
Quizá es justo reconocerle al coyote una que otra cualidad. Tiene ingenio para planear sus trampas, él mismo las pone en práctica y nunca se da por vencido. Muchas personas no son coyotes porque les falta valor y utilizan a otros para ejecutar sus planes.
La obsesión de una persona por hacer daño a otra o, tal vez más común, por desear el daño a otra, se puede volver enfermiza. Se convierte en una tarea de nunca acabar porque, como en el caso del correcaminos, el objetivo es inalcanzable.
La tragedia del coyote consiste en que siendo ingenioso, intrépido y tenaz, dedica su vida a una triste causa: destruir por destruir.