Opinión

El cuerpo-mercancía

 Nos hemos rendido a la tiranía de la imagen

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Aquí voy, una vez más, con mi vieja pero no por ella menos vigente denuncia. La comercialización del cuerpo de la mujer. El cuerpo-mercancía. Hemos abdicado al cerebro y apostado a los estrógenos moldeadores de caderas, al colágeno y los emplastos de silicona. Nos hemos rendido a la tiranía de la imagen. Concedemos más importancia a una carita que vende perfumes que a la ganadora de un premio Nobel.

He hablado del cuerpo-mercancía, pero la verdad es que ni a eso llegan. Lo que son es una estrategia publicitaria. El avioncito de plástico en el paquete de Corn-Flakes. Un bono, una extrilla de placer, un suplemento a la gratificación que el cereal en cuestión supuestamente produce. ¿Qué representa un grupo de féminas rubias anunciando una marca de cerveza? Son, ni más ni menos, que un valor agregado a la cerveza. El vehículo de un mensaje que podría formularse de la manera siguiente: si usted consume nuestra cerveza, le prometemos un enjambre de féminas compitiendo por un pedacito de su virilidad.

Artificiales. Y ahí se encaraman en la tarima, y bajo el toldo de la cerveza en cuestión, bailan en cualquier turno pueblerino, en los festejos pachucos (perdón: “populares”) de fin de año, en cuanto escaparate les pongan para tal efecto. A las principiantes les pagan ¢15.000 por noche, a las vedettes consagradas ¢30.000, quizás ¢40.000. Invariable, inexorable, fatalmente los senos son de plástico, como lo son también las uñas y pestañas y, frecuentemente, también las nalgas. El Canal 7 presenta, como gran contribución a la cultura de nuestros jóvenes, una telenovelilla que lleva por título: “Sin senos no hay paraíso”. Y sin nalgas menos –habría que añadir–. Todos los días, a las 10 p. m., por Canal 7: no vayan a perderse este invaluable dije televisivo.

Existe algo que se llama dignidad. Su principio operativo es simple: yo soy un ser humano, y mi relación con los demás está planteada de la siguiente manera: yo no soy objeto de nadie; soy sujeto, exijo ser tratado como tal, y es así también como trataré a los otros. Como alguna vez dijera Machado: “el ojo que ves no es ojo porque tú lo miras, sino porque él te mira”. El respeto por el Tú esencial, fundamento de toda ética concebible. La relación entre los seres humanos es de sujeto a sujeto, no de sujeto a objeto.

Feminismo incipiente. Al ver estas cosas, no puedo menos que lamentar cuán incipientes son, todavía, en su ideología (el revisionismo histórico) como en su praxis, los movimientos feministas. Porque a estas muchachas no las mueve la necesidad económica, sino una falsa concepción del estrellato, de la farándula, de la exhibición como camino a un vedettismo criollo o, quién sabe, tal vez hasta internacional. Nadie ni nada las está obligando a hacer lo que hacen. Es una opción vital, producto legítimo de su libre albedrío. Y esto es lo alarmante: que mientras haya mujeres que así piensen, el machismo no será nunca extirpado de nuestra sociedad. Y las mujeres habrán sido cómplices de ello.

No es la moralina tradicional burguesa la que me inspira al escribir esto: un poco de desnudez no va a matar a nadie. Me preocupan los antivalores éticos del problema. La mujer no vino al mundo a hacer salivar a una sarta de berracos, ni a constituirse en su fantasía masturbatoria. Si hablamos de erotismo, no son un par de senos de plástico los que van a hacer detonar en un hombre sus potencias amatorias. ¿Qué si no? La seducción, talento natural o adquirido; y una forma específica de inteligencia erótica de la que aun los hombres más sutiles y sofisticados carecen. La inteligencia femenina, sí, esa a la que el hombre tanto le teme.

Nada le ha causado tanto dolor al mundo como la disimetría de género. Creo que la equipotencialidad social del hombre y la mujer es, en época de cambios espectaculares, la más importante de las revoluciones. De Safo (a quien en realidad precedió Alcman) a Irigaray, ¡cuánto trecho recorrido! ¿Y todo para qué? ¿Para que un grupo de chiquitas carilindas exhiba sus senos en una plaza pública ante la mirada de miles de antropoides hormonalmente exaltados?

La publicidad debe hacer una revisión de sus prácticas y estrategias de mercadeo, ponerse límites a sí misma, no crear aberraciones sociales que lesionan al ser humano en su integridad psico-física. No promover imágenes de rubias recostadas a rojos carros de lujo, o asociadas a cierta marca de cervezas, o probando por qué tal tipo de cigarrillos es más atrayente que otros. Basta ya, señores: la mujer no está en venta.

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