Esta primavera boreal se cumple el tercer aniversario de la ola de represión en la que el régimen de Fidel Castro arrestó y aplicó sentencias prolongadas a 75 prominentes disidentes cubanos. Poco tiempo después, muchos amigos y yo formamos el Comité Internacional para la Democracia en Cuba.
La valentía de quienes encontraron su conciencia social, superaron el miedo y se enfrentaron a la dictadura comunista sigue fresca en mi memoria. Me recuerda el cascabeleo de las llaves que resonó en la Plaza Wenceslas de Praga -y, más tarde, en el resto de lo que entonces era Checoslovaquia- en el otoño de 1989.
Por ese motivo que hice resonar unas llaves durante la conferencia, en reclamo de democracia en Cuba que nuestro comité llevó a cabo en Praga hace tres años. Yo quería llamar la atención de la comunidad internacional sobre la situación de los derechos humanos en Cuba, respaldar a la oposición del país y alentar a todas las fuerzas prodemocráticas. La Unión Europea entonces implementó sanciones diplomáticas, aunque en su mayoría simbólicas, contra el régimen de Castro.
No obstante, al poco tiempo ganó fama una postura contraria. La UE abrió una instancia de diálogo con el régimen cubano, las sanciones se suspendieron condicionalmente y hasta se les aclaró a los disidentes que no eran bienvenidos en las embajadas de varios países democráticos. Los acuerdos cobardes y los pretextos políticos -como tantas veces sucedió en la historia- se impusieron a una posición de principios. A cambio, el régimen cubano hizo un gesto farsante al liberar a un pequeño número de prisioneros de conciencia -en su mayoría, torturados y gravemente heridos-. El mayor miedo del régimen era que pudieran morir en sus prisiones de mala reputación.
El deber de Europa. Quienes vivimos en las nuevas democracias poscomunistas de Europa experimentamos acuerdos políticos similares cuando vivíamos detrás de la ex-Cortina de Hierro. También estamos profundamente familiarizados con el argumento de que las políticas europeas no derivaron en ningún arresto masivo en Cuba. Pero la democracia demostró debilidad y el régimen cubano, a su vez, adaptó sus tácticas.
Organizaciones respetadas como Periodistas Sin Fronteras y Amnistía Internacional recabaron amplias evidencias de violencia e intimidación contra los cubanos de libre pensamiento, que pueden esperar un tipo de sonido diferente que el del cascabeleo de las llaves. Sus casos, en general, no terminan en las cortes sino en los hospitales. Grupos de "luchadores por la revolución" -en realidad, la policía secreta cubana- ataca brutalmente a sus opositores políticos y los acusa de crímenes absurdos en un intento por intimidarlos u obligarlos a emigrar. En la isla, este tipo de acosos planificados se conocen como "actos de repudio".
La violencia política que crea la impresión de un simple delito callejero nunca es fácil de demostrar, a diferencia de las condenas de varios años de prisión, y, por lo tanto, no recibe la debida atención mundial. Sin embargo, miles de ex presos políticos en Europa central y del este pueden dar fe de que una patada de un policía secreto en la calle duele tanto como una patada de un guardia detrás de los portones de la prisión.
La impotencia de la víctima de las peleas callejeras y las amenazas organizadas por el Estado en contra de su familia se vive de la misma manera que la impotencia de alguien acosado durante una investigación de seguridad de Estado. A muchos políticos europeos que intentaron ver la situación sobre el terreno les impidieron el paso en los últimos años.
Aparentemente, algunos europeos consideran a Cuba un país lejano cuyo destino no tiene por qué interesarles, ya que tienen sus propios problemas. Pero lo que los cubanos están soportando hoy es parte de nuestra propia historia europea. ¿Quién mejor que los europeos, que dieron vida al comunismo, lo exportaron al mundo y lo pagaron caro durante muchas décadas, conoce los tormentos infligidos al pueblo cubano?
La humanidad pagará el precio del comunismo hasta aquel momento en que aprendamos a hacerle frente con total responsabilidad y resolución. Tenemos muchas oportunidades de hacerlo en Europa y Cuba. Y no debe sorprender que los nuevos países miembro de la UE hayan traído a Europa una nueva experiencia histórica y, con ella, un menor entendimiento y tolerancia de la concesión y la avenencia.
Los representantes de los Estados miembro de la UE se reunirán en Bruselas a mediados de junio para analizar una política común hacia Cuba. Los diplomáti- cos europeos deberían sopesar las consecuencias de complacer al régimen cubano. Deberían demostrar que ni ignorarán sus prácticas ni desatenderán el sufrimiento de los prisioneros de conciencia cubanos. Nunca debemos olvidar a las víctimas aparentemente anónimas de los "actos de repudio" de Castro.