Cuando los altos dignatarios del Estado nos anunciaron que el norte de su brújula lo fijaron hacia el sur, para imitar el modelo chileno –sin consulta, debate ni consenso–, recordamos el cuento del pastorcillo que frecuentemente alarmaba a la aldea exclamando: “¡Allá viene el lobo!”. Un día, nadie le hizo caso y el fiero animal se devoró al zagal.
Cuando los neoliberales idealizaron a ese Cuasimodo –el monstruoso engendro de una dictadura sanguinaria, corrupta y brutal que, de 1973 a 1980, perpetró la siniestra degollina de millares de ciudadanos torturados, mutilados y ejecutados sin asco ni compasión– y lo convirtieron en el paradigma de su sueño erótico, comprendimos por qué Carlyle denominó a la economía como la “ciencia lúgubre”.
Ese baño de sangre facilitó la apertura para arruinar a los empresarios nacionales que no lograron competir con las corporaciones transnacionales, las que se apoderaron de la economía. Sirvió, además, para decapitar y dejar acéfala a la clase obrera, eliminar sus conquistas y comprimir los salarios para seducir aún más a la inversión extranjera. La privatización o entrega de enormes reservas forestales, los recursos naturales, los servicios públicos y los activos del Estado, salvo las minas de cobre que generan el 60% de las exportaciones, fue un obsequio adicional.
El resultado fue una tiranía de horca y cuchillo, el desempleo, la miseria y la ruina de un vasto sector productivo, cuyos escombros se convirtieron en una grotesca rapiña. La entrega fue tan vasta, tenaz y profunda, que Ignacio Ramonet sugiere otorgar a ese paradigma de la economía del derrame un título elocuente: “La Primera República Transnacional del Mundo”. ¿Estamos dispuestos a ser la segunda? ¿Se nos ha consultado?
La Concertación. Durante 15 años, la Concertación se ha esforzado por reducir el nivel de la pobreza a la mitad. Pero, pese a que apenas igualó el IDH de nuestro país, es la séptima nación con mayor desigualdad social en el mundo. El 80% de la población sufre un deterioro de la atención médica, el 56% padece de condiciones laborales precarias y solo el 25% cobrará la jubilación. ¿Queremos ser así? ¿Para qué tanto brinco si el suelo está tan parejo?
El cuento del lobo se repitió cuando los neoliberales insistían en que imitáramos laSalinastroika de México, que consistió en una privatización que se convirtió en alegre piñata –según Andrés Oppenheimer–, en la que Salinas de Gortari y sus amigotes se repartieron, como bienes de difunto, las riquezas y monopolios más importantes del Estado, lo que sirvió para acumular súbitas, coquetas y colosales fortunas y agudizar la polarización social. Se vuelven glotones los anacoretas, cuando se alimentan con chuletas.
También consistió en el NAFTA que facilitó la implantación de algunas ensambladoras de autos y la proliferación de maquiladoras que pagan salarios bajos. Eso no compensó la ruina de millones de campesinos por la competencia exterminadora de la producción mecanizada de EE. UU., que elevó el nivel de pobreza a un 54% de la población ni la quiebra de industrias mexicanas que colocaron rótulos en los que se leía: “Clausura por apertura”.
La historia del pastorcillo se repitió recientemente cuando postularon al modelo argentino –una réplica del chileno, pero en lunfardo– como exitoso paradigma. Por fortuna no los tomamos en serio, porque arruinaron a los industriales y privatizaron todo, hasta el petróleo, para la supuesta cancelación de la deuda externa por $8.000 millones, pero, en esa orgía neoliberal, aumentó a $132.000 millones y flagelaron con desempleo y miseria al 43% de la población, que se lanzó a saquear centros comerciales y sacos de basura para calmar el hambre de sus hijos.
“La ciencia lúgubre”. Hace una década, los sibilinos oráculos de la “ciencia lúgubre” enunciaron sus funestos augurios de que, si no se festinaba la venta del ICE y otras nobles instituciones, sucumbiríamos en una apocalíptica bancarrota por cuantiosas deudas contraídas… por ellos mismos. Nadie les hizo caso y, como la privatización se desprestigió, fue remplazada por la apertura, que es peor y persigue los mismos fines.
Si la abolición de la Iniciativa de la Cuenca del Caribe resultó ser otra falsa alarma –como lo verificó el líder de la oposición y lo admitió nuestro mandatario–, remplazar nuestro modelo civilizado por ese lecho de Procusto es como cambiar la nochebuena por una noche peor. Si el FMI reconoce que el TLC solamente nos aumentará en un 1% al año el PIB, ¿para qué repetir el parto de los montes, cuando rugió la montaña y parió un ratón?
Por eso hacemos un llamado respetuoso para que se corrija el norte y no se repitan los errores provocados por el dogmatismo ciego que tanto daño causó en el continente sudamericano. Este viene de retirada, en un movimiento revertido por el repudio del capitalismo selvático que fracasó porque solo logró polarizar más la brecha social, fomentar la lucha de clases y atizar el nacionalismo de quienes consideran que su patria es traicionada.