El referendo no es una fotografía instantánea. Hay que verlo, más bien, como mapa de ruta, árbol de posibles decisiones. De ahí se sigue para adelante, rectificando el pasado y abriendo el futuro o, simplemente, se cambia de árbol. ¿Quién asegura que el nuevo árbol nos dará mejores ramas?
Una opción ese día será el “no” desnudo, un simple acto aislado de ruptura, castigo social a sirios y troyanos, que afectará, pero, en sí, está separado de los acontecimientos diarios de la vida productiva de Costa Rica. El “no” es como un gesto vacío que quisiera iniciar un modelo indefinido y pasar de cero a mil la velocidad espeluznante de la incertidumbre.
Otra opción que encontrarán los costarricenses ese día será un “sí” lleno de interrogantes, miedos y esperanzas, con retos formidables en todos los órdenes de la vida social y productiva, y las agendas sociales que se derivan de los formidables desafíos del TLC.
El día siguiente del “no” será, para los mismos que lo defienden, un puro seguir como antes. ¿Y después? El diluvio tal vez, pero eso parece que a pocos les importa.
El día después del “sí” es diferente. Desde el instante de una victoria a la ratificación del TLC estarán abiertas las ramas de todos los mapas de ruta de nuestro desarrollo, con cadenas interminables de demandas colectivas, acciones públicas y privadas, frente a las oportunidades que se nos abren y a los peligros que nos acechan.
Con el “sí”, nadie podría permitirse el lujo de quedarse a ver los toros desde la barrera y todos buscaríamos cómo aprovechar las oportunidades, esquivar los peligros, estar del lado de los ganadores y llevar la democracia al rescate de quienes corren el peligro de ser sectores perdedores en el TLC.
Un acto de deserción. El “no” es un acto de simple deserción de la cancha. El futuro quedaría, a lo sumo, en manos de eventuales negociaciones, inciertas en fecha y condiciones, a cargo de funcionarios públicos.
El “sí”, en cambio, nos mete al juego y empuja a todos a una carrera frenética para atrapar el tiempo perdido. Eso hace la diferencia y, curiosamente, eso haría variar también la función de los sindicatos y sectores académicos que ahora están por el “no”, que descansarían tranquilos si su opción triunfara.
Con el “sí”, esos mismos protagonistas que ahora lo impugnan se convertirían en jugadores del partido, forzosamente obligados a enfrentar sus propias responsabilidades gremiales, sectoriales, sindicales, académicas y ciudadanas, luchando por el beneficio social y económico de sus afiliados con una agenda de demandas que humanicen los resultados del Tratado.
Y es que no todo ha estado bien en las políticas públicas de nuestra apertura comercial. Lo he escrito muchas veces. Colosales diferencias de ingreso, empobrecimiento y exclusión también están como deuda social histórica que tenemos que saldar. Si ganamos más del doble que los hermanos centroamericanos, eso no puede ocultarnos que basta caminar pocos metros en cada ciudad y, sobre todo, en el campo para encontrar condiciones de vida dolorosamente similares a las del resto de Centroamérica.
Pero solamente el “sí” tiene agenda de seguimiento social para desarrollar a plenitud la competitividad humana colectiva, absolutamente necesaria para poder triunfar dentro del TLC.
El “no” nos dejaría paralizados, conformes, simplemente esperando. ¿No es acaso curioso ver cómo se silenciaron, de repente, todas las demandas sociales en el campo de los que abogan por el “no”? Es curioso, pero no contradictorio. El “no” siempre ha estado y sigue estando desnudo.