El Movimiento de Países No Alineados (NOAL) acaba de celebrar su decimocuarta cumbre en La Habana, de una forma similar a todas las demás: con una heterogénea concurrencia, en la que los representantes de regímenes autoritarios constituyeron una altísima proporción; con una serie interminable de discursos, generalmente orientados a culpar a otros –particularmente a Estados Unidos– de los problemas propios; ninguna decisión vinculante y una declaración final en que la pretensión de cubrir infinidad de temas y complacer los pedidos de todos los participantes se impuso sobre cualquier coherencia y utilidad en el panorama internacional.
El documento de cierre, de 90 páginas, 47.345 palabras y 280 puntos distintos, a menudo subdivididos en varios más, abarcó temas tan diversos como el desarme, el terrorismo, la reforma de las Naciones Unidas, el desarrollo científico-tecnológico, la democracia, el comercio, el cambio climático y las finanzas internacionales, y tuvo referencias para decenas de casos específicos, que van desde Sudán hasta Bolivia, pasando por el Medio Oriente, Iraq, Irán, Puerto Rico o el canal de Panamá. Y, aunque el tufo de un tercermundismo ya superado permeó varios discursos y posturas, también, por ejemplo, la declaración final incluyó un claro rechazo al terrorismo y un apoyo expreso “al nuevo Gobierno iraquí en su empeño por lograr la seguridad, la estabilidad y la prosperidad del pueblo iraquí y mantener la independencia, la soberanía y la integridad territorial”.
Es decir, estamos ante un movimiento sumamente heterogéneo, en el que conviven desde los residuos totalitarios que representan regímenes como los de Fidel Castro en Cuba, Kim Yong Ill en Corea del Norte o Robert Mugabe en Zimbabue, hasta países claramente democráticos y en franco proceso de desarrollo y apertura. Por desgracia, la presencia de Gobiernos democráticos e ilustrados en su seno y, particularmente, durante el desarrollo de las cumbres, no se ha logrado traducir en un verdadero compromiso con la libertad, la democracia y los derechos humanos; aún los autócratas siguen marcando el ritmo de la organización. ¿Qué mejor ejemplo de lo anterior que, a partir de ahora y durante tres años, su presidencia haya pasado a manos de Fidel Castro o del sucesor designado desde su lecho de enfermo, no la consulta popular?
En el caso de América Latina, las referencias adoptadas por la cumbre fueron desalentadoras, y hay que entenderlas como simples concesiones a las presiones de los países representados y, en particular, de los anfitriones. Entre ellas, resultan inocuos los apoyos a la construcción de un tercer juego de exclusas en el canal de Panamá, al Gobierno hondureño en su disputa con compañías petroleras internacionales o a la mejora de relaciones entre Guatemala y Belice. Sin embargo, constituye una complicidad con los intentos autoritarios de Hugo Chávez asegurar la “imparcialidad y la fiabilidad probadas del poder electoral constitucional para garantizar elecciones imparciales” en Venezuela o suscribir la noción de que es víctima de una agresión (inexistente) de Estados Unidos. En el caso de Bolivia, es una absoluta falsedad afirmar que “fuerzas externas pretenden desintegrar el país, desestabilizar sus instituciones y poner en peligro su democracia”, cuando lo cierto es que las principales amenazas de esa índole han provenido, en las últimas semanas, del gobierno de Evo Morales.
Que, 47 años después de su fundación, el NOAL siga reflejando automáticamente los intereses individuales de los Gobiernos integrantes, no importa su real legitimidad, adhesión democrática o vicios dictatoriales, es totalmente desalentador. Y es, también, uno de los motivos por los que, a pesar de sus 118 países miembros, su peso internacional, como organización, resulta sumamente débil. A juzgar por lo que sucedió en La Habana, muy poco cambiará en el futuro.