Usted se levanta del asiento para ir al baño. Camina por el pasillo hacia la parte trasera del avión. Como su asiento está un poco más cerca de la mitad delantera, ahora debe recorrer unas cuantas filas en el pasillo derecho hasta llegar a la “batería” de toilets de la mitad de la nave. Otras personas esperan también, así que le toca quedarse parado en fila. La mayoría de los pasajeros ya se han acomodado para dormir o reposar después de haber cenado. Pero no faltan los que piensan pasar la larga noche mirando las películas que se ofrecen en las pantallitas individuales cada vez más comunes en este tipo de vuelos.
La ilusión de visitar varias ciudades europeas bien vale las incomodidades de los aeropuertos y la “pereza” de una noche incómoda en el asiento del medio en la fila de cinco que constituye el bloque del centro. ¡Dichosos los que van en business o, por lo menos, en uno de los asientos de pasillo de las filas de tres! Pero ni modo, mejor ni pensar mucho en esto, así que a regresar del baño y acomodarse para primero leer un rato y después dormitar lo más que se pueda.
En la fila para el baño intercambió unas palabras con un mexicano que va a una reunión de negocios en Oslo. Su conexión sale cuatro horas después de que aterrice este avión.
De todos lados. En la sala de espera, antes de abordar, comentó con su esposa lo diverso del grupo de pasajeros. Su señora había hablado con la mujer joven que va a una reunión de ONG involucradas en lo de la protección ambiental, en La Haya. Con solo oír los idiomas que se hablaban o la apariencia física, aquel grupo era un mosaico de nacionalidades y culturas: catalanes, mexicanos, ticos, guatemaltecos, pakistaníes, israelíes, franceses, árabes, estadounidenses, rusos. En fin, “el mundo entero apretado en un avión”.
“La globalización de los negocios ha acelerado la diversidad de los grupos que viajan. El turismo es, por naturaleza, una actividad ligada a la variedad de culturas y espacios, pero con la aceleración de la globalización de los negocios, el ‘revoltijo’ de gente en los viajes es mucho mayor”, comentó aquel conocido a quien hacía años usted no veía pero con quien la larga espera le había permitido conversar y descubrir que ahora se dedica a la exportación de minivegetales como gerente de una cooperativa en Naranjo.
Explosivo despertar. Acomodado en el asiento, cansado y con la ayuda de una pastillita, logró dormirse. Eso es lo último que recuerda hasta que se despertó en un hospital de París, donde el avión hizo la escala forzosa. Más tarde le explicaron que usted y su familia estaban entre los que se salvaron después de la explosión. Había sido un artefacto relativamente pequeño, con capacidad limitada de causar daño. Se presumía que el explosivo era del tipo de combinación de líquidos que la policía londinense había encontrado meses atrás en el complot que desarticuló. Las investigaciones seguían en marcha.
Para suerte de los pasajeros de ese vuelo, no solo el estallido fue “pequeño”, sino que ocurrió no muy lejos de varios aeropuertos que permitían un aterrizaje de emergencia y dentro del tiempo reducido en que la nave podía seguir volando hasta lograr intentarlo, y la explosión misma “solo mató a trece pasajeros”. Los demás se salvaron, aunque algunos quedarían con secuelas permanentes. Los daños a la nave fueron “menores”.
Para usted, el terrorismo dejó de ser solo un tema de periódicos y noticieros para convertirse en algo muy personal.
En San José, familiares y amigos comentaban la buena suerte que los había acompañado, “¡qué salvada!”. Y usted seguía pensando en lo que podía haber pasado mientras también reflexionaba sobre “aquellos loquitos”. La gente siguió celebrando el sabadito alegre y discutiendo sobre el TLC y el futuro del empleo para los jóvenes. Y otros, en latitudes lejanas, seguían preparando atentados.