El Tesorero Nacional, al criticar mi columna sobre el presupuesto nacional, cogió el rábano por las hojas. En vez de hacerlo al revés (las hojas por el rábano, más pigmentado y conciso), se dispersó. Lo comprendo. Pero me obliga a sacudirme.
Le incomodó el símil utilizado en mi columna del pasado 5 de setiembre para describir el lance esgrimido por Hacienda para hacernos creer que el proyecto de presupuesto era austero y decreciente en términos reales (maroma contable), y pretendía que le reconociéramos méritos por las gestiones de renegociación de deuda. Pues no. Se fregó. No le vamos a reconocer ningún mérito a un presupuesto que, lejos de ser frugal, pierde la austeridad a la altura del rábano.
Don José Adrián Vargas debe comprender que mi crítica al presupuesto no iba dirigida a su gestión de deuda (muy buena), sino, más bien, a la de Hacienda (menos buena). En la exposición de motivos, esta se dejó decir que “la solicitud de gasto crece en un 6,5%, lo cual evidencia la austeridad del Gobierno para mantener la estabilidad macroeconómica y fiscal que garantice el control de la inflación”. Es cierto, yo califiqué esta afirmación de maroma financiera. Pero fui, más bien, condescendiente. En términos de contabilidad macroeconómica, el presupuesto no es austero ni decrece en términos reales ni, tampoco, dejará bajar la inflación.
Para entenderlo, hay que diferenciar entre los gastos por amortización (ubicados por debajo de la línea de financiamiento, en la jerga del FMI) y los gastos reales (por encima de la línea). Estos últimos son los que cuentan para medir el equilibrio (o desequilibrio) “macro”, pues son los que empujan la demanda agregada y presionan (o alivian) la inflación y las importaciones. El punto es que, cuado la amortización se refinancia con recursos del público (renovación), el ahorro se mantiene y no hay expansión del gasto real. Para utilizar un símil que no resulte ofensivo, hay que poner atención a lo que realmente acontece arriba de la cintura presupuestaria. Lo de abajo, normalmente se condona.
Decir que el presupuesto crece solo un 6,5% es una maroma contable. Porque los gastos reales “contantes y sonantes” sí crecen un 25%, porcentaje mucho mayor que la expansión del PIB. Lo siento, Adrián, pero si utilizan la contabilidad de cuerpo entero, habría que reconocer que el déficit fiscal (erogaciones al norte y sur del ombligo, menos ingresos reales) representaría un 36% y rondaría el 8% del PIB. Pero no es así. Y, si lo fuera, tendría que convertir mis cuatro pesos en euros y largarme, con todo y rábano, a algún paraíso fiscal. Aunque mejorara la gestión de deuda.