Me vienen a la memoria las tribulaciones de una viuda adinerada, consternada por los avatares de su inesperada fortuna. Léala. Le podría pasar a Ud.
En el funeral, no me quitaba la vista. Me tenía nervioso. Muy rica, se veía, por su atuendo y sus alhajas. ¿El muerto al hoyo y el vivo al bollo? No. No era eso. Tampoco tenía deudas con el occiso, quien fue mi amigo y yo, su consejero. Pero aquella mirada inspiraba resquemor. No quise esperar las tediosas salutaciones postrimeras. Me escabullí, como otras veces, entre enaguas y paraguas, en busca de locomoción. Pero ahí, acechándome, estaba la viuda negra, lánguida y sensual, como la noche.
¿Don Jorge Guardia?, inquirió. En persona, respondí. No se me vaya -dijo-, le tengo una pregunta. Por mi mente desfilaron historias ya caducas y pasajes inconfesables, salvo, quizás, en el lecho de muerte. El occiso y yo habíamos sido compañeros de parranda. Yo estaba dispuesto a negarlo todo, a decir que al final nos regeneramos (él, a la fuerza; yo, por si acaso). ¿Para qué soy bueno, señora? Con la voz entrecortada preguntó: Ahora que el Banco Central flotará el cambio, ¿qué debo hacer con mis obligaciones en dólares? Me volvió el alma al cuerpo.
La viuda había heredado dinero y valiosas propiedades, hipotecadas a largo plazo, en dólares. Debía y le debían. ¿Pagaba o invertía? Si el dólar se disparaba, temía perder la fortuna que, con empeño, había amasado su marido (nadie sabe para quién trabaja). Ella, compungida, se refugió en mi pecho. Y yo, la tuve que ayudar: ¡Tranquila! No hay nada que temer. Al inicio, las bandas serán tan estrechas que difícilmente se podrá hablar de flotación. Y estarán dispuestos a intervenir si las cotizaciones se disparan. Con esas bandas, no se la llevarían en banda.
Aun así, quería saber si podía "colonizar" sus deudas; es decir, convertirlas a colones. Claro, respondí. Pero debía estar dispuesta a pagar más (a corto plazo) pues las tasas en dólares más la devaluación eran inferiores a las tasas en colones. Su flujo mensual se haría más duro. Además, cualquier deuda, aun en colones, siempre involucra algún riesgo pues usualmente se pactan a tasas variables y los intereses pueden variar. ¿Por qué -insistió- quieren ahora colonizarlas? Le respondí que, para tener la autoridad moral de hacerlo, debían, primero, reducir la inflación y bajar los intereses, sin obligarnos a pagar más. Eso -me dijo- está en la cola de un venado . Me miró de reojo, como en misa, y regresó lentamente al templo, meditabunda. ¿Iría a rezar por el difunto o, más bien, por su dinero, mis consejos o las tribulaciones del Banco Central? Solo Dios sabrá.