Mantener en manos del Estado la administración de los servicios portuarios de embarque y desembarque fue una embarcada. Pero la embarcada fue aún de mayor calado cuando se la entregaron (gratuitamente) a los sindicatos. Nos hundimos.
Por fortuna, en el Pacífico salimos a flote. Los resultados de la concesión del puerto de Caldera a un consorcio colombiano (SPC), con la activa participación de trabajadores costarricenses (los mismos que laboraban anteriormente en el puerto) y bajo el control adecuado del Estado, demostró que la figura de la concesión, en un contexto de apertura y garantías a la inversión extranjera, sí funciona.
Amasar a empresarios extranjeros (especializados) con trabajadores criollos (deseosos de trabajar) puede prohijar una combinación (tortilla) más sólida y mucho menos burocrática que la vieja receta estatal. Es, sin dudar, una amalgama a todo dar. Pero la negociación (y decisión) marcha muy lentamente. Mientras don Óscar amasa la masa y, en Limón, los sindicalistas (sin trabajar) se divierten bailando al ritmo sonoro del merengue caribeño (masá, masá, masá), a los exportadores se les pudre (literalmente) el banano. ¡Pobrecitos!
A mí nunca me ha pasado (no soy exportador). Pero puedo fácilmente imaginar cuán frustrados habrán de estar por la (prolongada) espera de una resolución definitiva. Mientras tanto, quizás les sirva de consolación un párrafo de la última reflexión semanal de Alejandro Urbina, director de La Nación , dedicado a los detractores de la apertura comercial. Lo traigo a colación porque entiendo que don Óscar también se inclina por esa filosofía liberal y piensa dar en concesión los puertos del Caribe. No se desesperen. ¡Abajo el sindicalismo! (¡Y arriba el banano, claro!).
“A los agoreros, resultados”, se intitula. Y fue publicado el domingo pasado en La Nación . Dice así: “El modelo liberal de desarrollo funciona. La empresa privada produce riqueza y bienestar para la mayoría. Los costarricenses de buena fe debemos defenderlo de los nostálgicos partidarios del no, para quienes todo tiempo pasado fue mejor. Costa Rica tiene un próspero futuro pese a ese aullido agorero; para muestra, el puerto de Caldera…”. Coincido plenamente. Y, como liberal, me alegro de estar en compañía de quienes defienden un modelo de desarrollo cuyas virtudes han sido menospreciadas por los que atacan la libertad de empresa sin señalar (ni reconocer) las limitaciones del Estado en la administración de sus propios servicios. Espero que don Óscar haga buena su promesa de dar en concesión todos los puertos nacionales, para levantar a Costa Rica (y al banano, claro).