La renuencia de millares de miembros de mesa de cumplir la palabra empeñada, en la votación del próximo domingo, diagnostica una grave enfermedad: más que descuido, desánimo o desafección política, la carencia de un valor ético esencial: la responsabilidad, cuyo deterioro amenaza severamente el sistema democrático y la convivencia social.
Los ciudadanos de un país democrático tienen dos deberes básicos: el voto, que legitima a los agentes del poder político y encauza la democracia, y el pago de los impuestos, que la mantiene, al permitirles a las instituciones públicas realizar sus funciones y su principal cometido: el servicio público, en aras del bien común. El desfallecimiento de una de estas dimensiones, o de ambas, amenaza el desarrollo de una sociedad libre. La pureza electoral sin el sostén financiero o la abundancia fiscal con el pecado original del fraude entorpecen la eficacia de la libertad.
Todo lo referente al sistema electoral es materia en extremo sensible. En ella cualquier fisura puede dar lugar a lo peor. De aquí la trascendencia del acto de votar. Por ello, si 15.302 miembros de mesa (34%) de los 44.032 inscritos por los partidos no se han presentado, hasta hoy, a juramentarse y a retirar el material electoral, y si, a cinco días de las elecciones, unas 1.000 cajas con dicho material no se han retirado, y si la función de los miembros de mesa es abrir y cerrar el puesto de votación y verificar la transparencia del proceso, estamos, pues, ante el colapso del principio de responsabilidad.
En estas condiciones, la solución se encuentra en la conciencia cívica de los ciudadanos dispuestos a brindar su colaboración. En este sentido, algunas entidades públicas han ofrecido a su personal para sustituir, gratuitamente, a los irresponsables. Confiamos en que este ofrecimiento cristalice y que así se le dé un ejemplo al país de entereza moral y democrática. No estaría, además, descaminada la idea de publicar la lista de las personas que se comprometieron y no llegaron. Este antecedente sería un atestado significativo.
Pasada esta jornada electoral, hay que volver sobre este trance y este pésimo presagio para el futuro del país. La causa de esta irresponsabilidad cívica no debe buscarse solamente en los partidos políticos o en la política en sí. El deterioro de la responsabilidad -entendida en sus dos vertientes: responsabilidad de. y responsabilidad ante.- es, al parecer, un mal cada vez más generalizado, como lo ponen de manifiesto los más variados problemas nacionales. La tarea de la educación, la política y la familia es enorme.