No podemos, por más que queramos, dejar de lado a Steven Seagal, ambientalista, cinta negra, actor de cine, inversionista y otras cosillas más.
No lo decimos por él, sino por todo lo que nos está enseñando. Nos está mostrando, como muchos otros personajes o idolillos, que nuestra crisis es mental, de pensamiento o, mejor, de sentido común.
La Nación nos brindó ayer un nuevo episodio. El director del Tránsito en la Región Central recibió, el viernes pasado, un SOS telefónico angustiante de “alguien” urgido de una escolta motorizada para guiar “a un funcionario diplomático” por el dédalo vial de nuestra mezquina capital. El funcionario del Tránsito no preguntó. Oyó, colgó y actuó. Ayer se descorrió el velo del motorizado: el nunca bien ponderado Steven Seagal, el sheriff, el experto en seguridad, el enamorado de Costa Rica?
Surgirán críticos tremendistas y burlones por este sano y dulce pintoresquismo folclórico, tan nuestro, tan tico que, al parecer, sigue arraigado en nuestros genes en plena posmodernidad. Ojalá no lo perdamos nunca. Son nuestra marca y nuestra ventaja comparativa en un mundo transido de odio.
¿Crisis de pensamiento o de sentido común? Por el contrario, floración de humor y donde hay humor, como sabemos, hay inteligencia y calidad de vida.
¿No exigieron, anteayer, por ventura, algunos diputados el cierre –sine die– de la nueva carretera a Caldera? Por razones mucho fuertes, dados sus empinados y mortales taludes, debería clausurarse la carretera a Guápiles.
¿No amenazó un diputado instalarse con su escritorio en media calle si no le adjudicaban una oficina digna de su talante y de su talento? ¿No andaba desalado, hace poco tiempo, por los Madriles un grupo de ticos buscando tricopilias y tapitas?
Y ¿no es, acaso, conmovedor que, en la sociedad del conocimiento y de la tecnología, solo una tercera parte de los diputados actuales considere indispensable el uso de la computadora, y menos del 15% estime el acceso a Internet como un derecho fundamental, según comentó esta semana el editorial de El Financiero ?
Y ¿no estamos a punto de perder $800 millones del BID y del Banco Mundial por haber aprobado una ley imposible para ejecutarlos, según la cual cada proyecto debe volver al parlamento para recibir la unción legislativa?
¿Habrá conocido el mundo un disparate igual? Ayúdanos a pensar, ven en nuestro auxilio, en moto o a pata, Seagal'