Nadie da lo que no tiene, no se puede engañar todo el tiempo a todo el mundo y, tarde o temprano, la jarana sale a la cara. Agregue usted, si a bien tiene, otros aforismos.
Si un hombre es un agresor en su casa, corruptor de menores o un desenfrenado sexual, de seguro no se le nombrará, de saberse, gerente de una empresa, aunque sus atestados académicos sean exquisitos y goce de nombradía social. La moral supone una forma de ser, una estructura unitaria, una cierta arquitectura, y, si esta se rompe en alguna de sus dimensiones o soportes básicos, cabe dudar de la estabilidad del edificio. Ese posible gerente hará, tarde o temprano, de las suyas. No existe una moral en la oficina y otra en la casa.
Si alguien se comporta como San Francisco de Asís, en Costa Rica, pero, en el exterior, se desmanda, tarde o temprano, en su patria, quebrantará todas las normas y mostrará su verdadero rostro. No existe una moral en Costa Rica y otra en el exterior. Si alguien sabe de esta dualidad, no lo nombrará en esa supuesta junta directiva o en el grupo de sus asesores. Ese tipo, como diría Rubén Darío, tiene mala levadura.
Y si un individuo es rencoroso, charlatán, vagabundo, desleal, sin palabra, maestro del disimulo, ambiguo y pusilánime, y, sobre todo, irrespetuoso de los seres humanos, será también irrespetuoso de la ley y de la moral, por lo que, como dice nuestro pueblo, apenas pueda, la hace. Este tipo de personalidad carece de fibra moral y de anticuerpos para rechazar una tentación atractiva, o bien, para dar la cara y aceptar la responsabilidad de sus actos.
Y no me refiero al ser humano que cae y se levanta. (La palabra griega areté, en latín virtus, virtud, significa potencia o excelencia. A ella se llega tras una larga lucha de caídas y surgimientos). Me refiero a la persona que, paso a paso, casi alegremente, convierte la mentira y la doblez en un estilo de vida hasta desdibujar las fronteras entre lo bueno y lo malo, justificarlo todo, reírse de todo, perder el sentido de culpa o de pecado, y aventar el último escudo que queda: la vergüenza.
Jesús, el mismo que perdonó y departió, amorosamente, con los pecadores y los marginados, fue especialmente intolerante e implacable contra quienes escandalizan a los niños y contra los hipócritas y simuladores. Los llamó sepulcros blanqueados pues predican una cosa y hacen todo lo contrario.
Aleccionados por la experiencia y en los albores de otra campaña política, no está de sobra pensar en estas cosas.