¿Y a mí quién me representa? Sé que soy un tipo difícil: demando ambiente sano, calles buenas, quiero más y mejor gasto social, y una economía competitiva que distribuya con justicia los beneficios del progreso. Como si fuera poco, quiero un Estado que funcione y políticos capaces y honrados. Se me olvidaba: también quiero pollito. Así las cosas, mejor me compro perro y no me amargo.
La pregunta parece existencialista, pero su intención era menos trascendente. Quería saber si alguien podría decirme a mí, vecino de San Pedro de Montes de Oca, mayor, casado, natural del país y cédula ..., ¿cuál es el (o la) diputado encargado de esta zona? Lo único que sé es que el día de las votaciones marqué una lista donde había 20 ilustres postulados por la provincia de San José. Dudo de que los vecinos de Medio Queso de Pocosol estén en mejor posición pues de seguro les tocó votar por gente que vive por el parque de Alajuela.
Una opción es ir a la Asamblea Legislativa y obtener respuesta. Según me han contado, los diputados se “reparten” las zonas una vez electos. Alguno termina representando a Aguirre, cantón que quizás solo conozca por las vacaciones de fin de año. Me temo que Montes de Oca se les quedó huérfano a juzgar por su ruinoso estado. Este método es ineficiente. Las reglas electorales deberían darnos, a mí y a todos los electores, esa información el mismo día de las elecciones. A la hora de votar, tengo derecho a conocer quiénes aspiran a ser mis representantes.
Si no sé quién es mi diputado o el de mis vecinos, supongo que quien lo sea tampoco se siente muy obligado a correspondernos. Uno de los mayores sustos de mi vida ocurrió cuando, en otro país, recibí por debajo de la puerta un informe sobre la manera como un diputado había votado –y por qué– ciertas leyes importantes. La hojita tenía teléfonos y demás para hacer llegar quejas. Me puse a pensar (diría una amiga: “¿Pensar vos? Pensaba Einstein”): si lograse averiguar quién me representa y quisiera yo saber cómo vota, tendría que ir a las barras de la Asamblea Legislativa todas las tardes: imposible.
Este limbo es una excusa conveniente para diputados y para ciudadanos. Aquellos no tienen que rendir cuentas ni se sienten obligados por nada; estos pueden justificar su apatía y evitar la incomodidad de exigir cuentas; pero el país pierde. Necesitamos congresistas que sean representativos no solo por las formalidades legales, sino porque el sistema los obliga. Hay distintas maneras de lograr esto, pero, en las actuales circunstancias, las reformas políticas son un asunto insoslayable; y, la verdad, no quiero perro.