Admiro a las saloneras de soda que, sin amilanarse por el culto público ahí presente, lo sientan a uno de un solo tiro: “¿Qué quiere, mi rey: arreglado de carne o de pollo?”; y sale arreglado aunque uno lo que verdaderamente quería era té con galletitas; pero ¿cómo decirle que no?, ¿cómo pedir té ahí? En un ambiente bronco, costumbres broncas. No tengo problemas con eso: o me pongo las pilas o mejor voy a pedir lechita a otro lado.
Las saloneras son chúcaras –en ocasiones, duras–, pero no matonas. Me jode el matonismo. Como dijo con infinita sabiduría un salonero al que pregunté por la diferencia entre un bistec a la plancha y un churrasco: “Una cosa es una cosa y otra cosa es otra”. La dureza viene con el oficio, pero el matonismo es harina de otro costal: busca alzar el traído a puras provocaciones para imponerse a los demás mediante intimidación. Es un truco más viejo que la pobreza, pero siempre hay alguien que lo recicla.
Así, pensando en las sodas populares, llegué a la conclusión de que no me gustan los síntomas de matonismo que veo en la política costarricense. ¿Que no me cuadra una ley? Pues ¡tome, chichí! Sale bloqueo de calles pa’ la mesa 15. ¿Que me sigue sin gustar esa ley? Pues va de nuevo el tortuguismo por si no entendieron. ¿Que mi partido quiere hacer clientelismo? Lleno las barras de la Asamblea Legislativa con vociferadores para achucuyar a los demás. ¿Que estoy contra el TLC? Me dedico a causar incidentes para imponer mártires. ¿Que estoy a favor del TLC? Amenazo veladamente la integridad física o moral de destacados opositores.
Los matones podrán o no lograr su objetivo, pero rara vez son eficaces. Siempre levantan roncha y solo es cuestión de tiempo para que aparezca otro que los desafíe. Si la política se impregna del matonismo como método de lucha, desciende a pleito de cantina. Por si no lo saben, los pleitos de cantinas son cosa seria.
Los matones no están leyendo el clima ciudadano. La encuesta de UNIMER RI publicada por La Nación y una investigación que realizamos con Luis Rosero (del Centro Centroamericano de Población) arrojan resultados similares: ciertamente mayorías claras (70% o más) no quieren un Gobierno matón, y no hay ambiente para matones que receten quebrantos del orden público a la primera de cambio para imponer su interés. Además, la ciudadanía no está especialmente matriculada con alguna tesis política. Por eso, ahora, cuando se avecinan tiempos difíciles y no tenemos una salonera de esas que ponga orden, más que músculo, necesitamos cerebro. Eso se llama dirección política.