Han pasado ya varias semanas desde que conocimos los resultados de las elecciones municipales y todo pareciera indicar que los partidos quedaron muy contentos. El PLN perdió una cuarta parte de las alcaldías y recibió menos votos, pero no pocos dirigentes alardean de que siguen siendo el partido con más alcaldes. El PUSC, que coleccionó algunas alcaldías “en el margen”, es decir, por pocos votos, y que no logró aumentar su caudal electoral, anunció que “está de vuelta”.
El PLP, con una situación parecida a la del PUSC, también anda tranquilo. El Frente Amplio no ha dicho ni esta boca es mía, y así le fue. El nuevo gran proyecto de Nueva República agarró unos cuantos municipios y ahí está, muy orondo. Los partidos taxi con alcaldes elegidos no terminan de pavonearse. Hasta los gobiernistas, que les fue como un quebrado, están satisfechos porque algunos se colaron en Unidos Podemos. Solo falta que el PAC diga que los resultados reafirman su buena decisión de no competir, pues en ninguna alcaldía perdió...
Pero ¿qué le pasa al mundo de los partidos? ¿Es que todo bien y en orden? ¿Les comieron la lengua los ratones? ¿No me digan que, en serio, se están creyendo la trama del “aquí no pasa nada y vamos para adelante”? ¿Será que, para los políticos de oficio, los análisis son cosa de teóricos, pues lo que cuenta ahora es moverse para las elecciones del 2026?
Hasta el momento, las dos reacciones a los resultados electorales han sido muy desafortunadas. La primera, sin mediar agua va, fue que los partidos en el Congreso tramitan a todo gas una reforma para volver a unificar las elecciones nacionales con las municipales. ¡Brillante! Con eso lograrán unificar a los partidos a partir del “yo te apoyo para diputado” y “vos me apoyás para alcalde”. Calculan que el dando y dando revigorizará a sus organizaciones y los votantes volverán al redil. Sigan durmiendo de ese lado.
La segunda reacción fue la propuesta de Antonio Álvarez Desanti de armar una coalición de partidos, excluyendo al Frente Amplio, para ganar las próximas elecciones. Sin programa, sin diagnóstico, solo la idea de sumar a todos los bienaventurados por aquello de que el statu quo unido jamás será vencido. Y esa es la gran idea para colocar, imagino, a una cara fresca de mi generación a la cabeza. Es decir, barrer bajo la alfombra a la espera del milagro de ganar. Mientras tanto, el siglo XXI va.
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El autor es sociólogo, director del Programa Estado de la Nación.