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Cuando me entrevisté con el candidato a la vicepresidencia de Guatemala por el Partido Alianza Nueva Nación (ANN), comprendí la estructura partidaria guatemalteca. La cita fue en un complejo deportivo de Ciudad de Guatemala; en el marco de un partido de fútbol entre “Presidenciables” y la Asociación Guatemalteca de Prensa (AGP). “No me dejaron jugar”, me dijo, estrechándome la mano, acompañándola de una palmada en la espalda. Era Mariano Portillo, primo del expresidente Alfonso Portillo. Pocas horas antes lo había llamado, por recomendación personal aceptó la entrevista.
Era mi segundo día en Guatemala y debía lograr entrevistas con al menos diez de los catorce candidatos y candidatas a la presidencia de este país. La única respuesta oficial la recibí de Walda Barrios, candidata a la viceprensidencia de la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalateca (URNG). Me citó en su oficina, la Asociación Nacional de Mujeres Guatemaltecas, ubicada en el centro de la ciudad, en la zona 1. Hablamos de ella, pero nunca del partido. Hablamos del trabajo de la Asociación, pero no del partido. Hablamos de las elecciones, pero no del partido.
Tal vez sea la herencia de provenir de una organización no gubernamental (ONG) que se inserta en un partido, pero no logra identidad partidaria. El mismo fenómeno le ocurre a Encuentro por Guatemala (EG), de Rigoberta Menchú. Con pocas opciones a la presidencia, su partido es una mezcla de organizaciones sociales que no logran cristalizar un proyecto político viable, de alcance nacional; a pesar del apoyo que ha recibido de grupos económicos importantes. Del tercer lugar pasó al sexto lugar a falta de tres días para las elecciones (3,1% en intención).
La vía institucional. Todos mis contactos fueron personales. La vía institucional no funciona. Cada sede estaba repleta de signos externos. El sistema de partidos guatemalteco es de signos externos. Uno ve los afiches, las fotos, los banderines, las calcomanías (o stickers), las “tumbacocos”, las piedras, paredes y puentes pintados; pero nunca logra ubicar a las personas. La estructura es de vapor. Uno sabe que está allí, la ve a lo lejos, la intuye; pero no logra palparla. De ahí la poca disciplina partidaria y el creciente transfuguismo en la política del país. Cerca de 70 diputados, es decir el 43%, cambiaron de partido en este período.
En la sede de la Democracia Cristina (DC) me entrevisté con el Dr. Pablo Werner, compañero de fórmula del presidenciable Marco Cerezo (“Maco”), hijo de Marco Vinicio Cerezo, expresidente de Guatemala. La cita la había concertado a través de un buen amigo y al llamarlo me afirmó, “he aceptado la entrevista por la recomendación que me han dado de usted, eso téngalo claro. Esto lo hago por amistad.”
Así, recorrí la ciudad entera por cinco días completos, desayunando con unos, almorzando con otros, asistiendo a plazas públicas, yendo a debates temáticos y contactando a través de amigos, amigas, primos, familiares y personas de “alta confianza”, cercanos a las figuras presidenciables. Los candidatos que encabezan las encuestas son inasibles. Son personajes de los medios de comunicación. Sus allegados, una cuñada de Álvaro Colom (Unidad Nacional de la Esperanza) y un “hombre de confianza” de Otto Pérez Molina (Partido Patriota) prometieron hacerles llegar las notas que les entregué. Nunca supe si lo hicieron.
Quizá mañana… Es probable que las elecciones se prolonguen a una segunda ronda. De acuerdo con la última encuesta, Álvaro Colom (31,7%) y Otto Pérez (31,8%) se disputarán la silla presidencial. De catorce partidos, únicamente dos tienen opción real a la Presidencia. En el ámbito legislativo, quizá unos doce partidos se habrán repartido 158 curules y un universo mucho más amplio, 332 municipalidades. Este hecho dejará un Congreso altamente dividido, con escasos márgenes para la negociación política. El presidente no tendrá capacidad de gobierno o muy poca. Habrá cambio de gobierno, pero el sistema seguirá precisamente sin mayores transformaciones. Ciudad de Guatemala (su alcaldía) probablemente reelija al expresidente Álvaro Arzú (Partido Unionista) y seguiremos viendo los constantes “pulsos” entre el alcalde y el presidente por la autoría de las obras en la capital: “un país, dos sistemas”.
A diez años de los Acuerdos de Paz, la democracia electoral respira con alguna dificultad y le ha costado dar los primeros pasos. Por ahora se ha conformado con organizar elecciones. Quizá mañana, las estructuras de vapor avancen hacia una democracia con arraigo territorial. Quizá en mis próximas entrevistas la institucionalidad partidaria sea la vía rápida, efectiva y segura de llegar a sus representantes. Quizá los partidos recobren una parte importante de su papel como “correas de transmisión”. Quizá el arraigo territorial revitalice la democracia y los partidos se sientan con obligación de “representar” intereses mayores.
Hoy, asistiremos a un proceso que pone a disposición una oferta electoral vaporosa, sin asidero, sin arraigo social, mediatizada y puesta en la escena internacional únicamente por el grado de violencia que la ha caracterizado. Hay que creer que la democracia es posible, pero no es un acto de magia. No se trata de sacar conejos de un sombrero. Este país se merece un futuro distinto, pero sin trucos. La pobreza (71,9%), la violencia extrema (24,2 por cada cien mil habitantes), la criminalidad (US$29,6 de gasto per cápita en seguridad ciudadana), el desempleo y la exclusión (dos de cada tres personas viven con menos de dos dólares diarios), no se podrán superar con recetas mágicas.