Su origen se remonta al Festival Internacional de Teatro, en 1989, enarbolando la bandera de la paz, con ocasión de la firma en San José de los acuerdos de Esquipulas, cuando Centroamérica ponía fin a una década de muerte y de duelo, y comenzaba a abrirles paso a la paz y la democracia. Luego, dadas la repercusión, amplitud y calidad de aquel esfuerzo inaugural, se transformó, por imperativo interno, en el Festival Internacional de las Artes de Costa Rica. De hoy al 27 de noviembre próximo, viviremos su IX edición, en el marco de la Cumbre Iberoamericana de Presidentes, con la presencia del rey Juan Carlos de España.
El Festival Internacional de las Artes de Costa Rica, uno de los acontecimientos culturales más densos y hermosos de Centroamérica, es motivo de orgullo para nuestro pueblo y noble carta de presentación ante el mundo. Nos evoca, por ello, como conjunción de la paz, la cultura y la democracia, el camino que nuestros antepasados construyeron sin descanso y nos insta, al mismo tiempo, a seguir transitando –y trabajando– por esta vía con renovados bríos. En esos tres valores –paz, cultura y democracia– se encuentra precisamente la salida airosa que, tras las duras pruebas sufridas en estos años y la incertidumbre prevaleciente, andamos buscando. Desde este punto de vista, el contenido y perspectiva de este Festival Internacional de las Artes nos tiende algunos robustos puentes.
Nos referimos, concretamente, al campo ferial, ubicado en la Estación del Ferrocarril al Pacífico, como expresión de la memoria colectiva y de la visión política de nuestros antepasados, encarnados en una obra grandiosa que, al conjuro de una excelente labor restauradora y una serie de presentaciones literarias, del cine y la plástica, cobrará nueva vida y nos mostrará cómo los sueños, seguidos del temple y el talento, se pueden realizar en beneficio del país. Retomará, asimismo, este festival la gran escuela de las artes escénicas, en particular del teatro. Más de 10 países abrillantarán el festival con sus grupos de teatro, junto con la danza, el circo, la mímica y otras disciplinas. Ha sido, asimismo, un acierto estupendo la dimensión centroamericanista dada a este festival, mediante la incorporación de manifestaciones artísticas de la región y el encuentro de artistas e intelectuales, al calor del lema: “Centroamérica: el futuro es posible”, un retablo vivo del pensamiento y una proclama de esperanza.
Mención especial merecen los capítulos dedicados a la niñez y a la adolescencia. Se nos recordará, gracias a una oferta de excelencia, que, entre los derechos de la infancia, estampados en un gran mural, debe ocupar un sitial de honor el derecho al disfrute espiritual y a la contemplación de obras ejemplares nacionales e internacionales adaptadas a su edad. Esta iniciativa por la niñez y la adolescencia ratifica la sensibilidad y visión de los organizadores de este festival. El tiempo no borra estas lecciones, estos, al parecer, “saberes olvidados”. Queda siempre un sedimento que, a su hora, realizará su tarea salvadora.
El IX Festival Internacional de las Artes nos llega a tiempo. Su desarrollo trasciende todos los horarios, los espacios que lo abrigaron y el goce mismo. Hay en él un mensaje, un suplemento de alma, que los dirigentes del país, en todos los órdenes, y cada uno de los ciudadanos deben aquilatar y proyectar. Nuestro reconocimiento caluroso a sus organizadores, a los patrocinadores y a los actores partícipes en esta magnífica floración del arte.