Este país se jacta de que la “seguridad es cosa de todos”, pero uno de sus principales actores, nuestra Policía, persigue delincuentes a pata, mal equipada y alimentada con “sobrantes” desechados por grandes supermercados.
En broma, pero con mucho de seriedad en el fondo, un oficial dijo esta semana que a veces comen unos macarrones que ellos mismos han denominado “fideos a la morgue”: blancos y fríos.
¿Cómo pretendemos exigir una seguridad de primer mundo si, para empezar, nuestros vigilantes están excesivamente mal alimentados y comen el mismo plato durante tres o cuatro días seguidos?
En el campo operativo también están mal apertrechados: sin chalecos antibalas, armas obsoletas y escasas o deficientes patrullas (solo recordemos el reciente caso de las unidades rumanas cuya “tecnología” data de los años 60).
La gestión cotidiana de estos 9.000 servidores es lo que llamamos comúnmente la lucha del burro amarrado contra el tigre suelto.
El hampa no solo se ha globalizado en sus actividades, sino que cuenta con lo último en materia tecnológica.
Mientras tanto, nuestros 9.000 oficiales se las tienen que ingeniar para combatir a delincuentes que, en lo que va del año, han acribillado a seis policías.
El último episodio de un comando de encapuchados que fracasaron en su intento por liberar a un peligroso reo es la mejor alerta de que algo no anda bien y urgen acciones.
Avituallar o alimentar mejor a nuestros policías es un paso importante, pero no el único.
También es importante, pero no es la solución definitiva, eliminar decenas de plazas de sastres y cocineros para que sean utilizadas por oficiales que reforzarán la vigilancia en los barrios.
La reforma administrativa y legal que requiere Seguridad Pública debe ser amplia, con sentido común y que estimule la participación ciudadana. Al fin y al cabo, los ciudadanos son los principales blancos del hampa.
Otro elemento de capital importancia es el trasiego y tenencia ilegal de armas de diversos calibres. Los hallazgos de una casa y un auto atiborrados de municiones, como si se tratara de “pulperías”, son motivos suficientes para preocuparse.
Sí, la seguridad es cosa de todos, pero la inacción nos puede llevar a todos a la trampa.