Israelíes y palestinos merecen vivir en paz; sin embargo, Hamás se mantiene firmemente contra los valores de la democracia
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PorOren Bar El
Ido Avigal, de 5 años, quería vivir, pero fue asesinado en mayo por un misil lanzado por Hamás. Eli Kay, joven migrante de Sudáfrica, deseaba vivir, pero un hombre armado de Hamás le disparó cuando se dirigía al Muro Occidental, en Jerusalén. Khalil Awad, de 52 años, y su hija Nadin, de 16, árabes israelíes, también querían vivir, pero su deseo no fue suficiente para impedir su terrible muerte: un misil de Hamás lanzado desde Gaza impactó directamente en su auto, en Dahmash. Los adolescentes israelíes Eyal, Gilad y Naftali, ciertamente deseaban vivir cuando fueron secuestrados y asesinados por agentes de Hamás.
Muchos creemos en la paz. Creemos que, no obstante las encarnizadas animosidades en Oriente Próximo, el conflicto puede y debe resolverse en forma pacífica. Estos valores compartidos con los que creemos en la paz implica que debemos cumplir la responsabilidad de construir una vida mejor para nuestros hijos y un futuro mejor para todos los habitantes del planeta. Lamentablemente, existen grupos extremistas que no comulgan con esta visión. Hamás es una organización terrorista islamista radical, el equivalente palestino del Estado Islámico, y aspira a tomar el control e imponer la sharía, o ley islámica, en toda la Autoridad Palestina, incluida la margen occidental.
Sus líderes se oponen firmemente a la paz y a la coexistencia. Las millonarias ayudas económicas enviadas por organismos internacionales no son utilizadas en salud, educación, tecnología y bienestar social de sus habitantes, sino en incrementar su capacidad militar, beneficiar a sus propios miembros y perseguir su objetivo supremo, que es borrar del mapa al Estado Judío.
Por su obsesivo deseo de destruir a Israel, han dejado de construir su propio futuro. En este mes, la organización terrorista celebra el 34.° aniversario de su fundación.
El control de la Franja de Gaza fue usurpado por Hamás en el 2007 en forma despiadada mediante un golpe de Estado violento y sangriento. Arrojaron a los oponentes políticos palestinos desde las alturas y ejecutaron públicamente a otros para consolidar su poder.
En estos catorce años, a los palestinos de Gaza les han arrebatado sus derechos democráticos y humanos, un ejemplo de ello son las palizas, arrestos arbitrarios y torturas a quienes protestan contra la deplorable situación económica y la escasez de electricidad que Hamás ha provocado.
La carta fundacional de Hamás, abiertamente antisemita y antioccidental, deja claro su objetivo principal de “borrar” a Israel “a través de la yihad” y ampliar su ley islámica “desde el río hasta el mar”. Con este fin, desde el 2001, ha lanzado 27.000 misiles y bombas de mortero, aproximadamente, contra civiles israelíes. Solamente en el mes de mayo del 2021 se contabilizaron 4.300.
Los deliberados ataques de Hamás no están dirigidos solo contra civiles israelíes; son lanzados también desde zonas residenciales de Gaza. Disparar contra civiles desde áreas civiles constituye un doble crimen de guerra, según el derecho internacional; además, tiene tres consecuencias: maximizar las muertes palestinas, incitar condenas erróneas al Estado Judío y sembrar un sentimiento antiisraelí en el mundo.
Israelíes y palestinos merecen vivir en paz; sin embargo, Hamás se mantiene firmemente contra los valores de la paz y la democracia, y continúa empecinado en la destrucción de vidas y el futuro de ambos pueblos. Treinta y cuatro años después de su establecimiento y catorce años desde la violenta toma del control de Gaza, Hamás representa uno de los obstáculos más grandes para alcanzar la paz y la seguridad en la región.
Quien comparta el anhelo de la convivencia pacífica debe comprender y reconocer que Hamás es una tragedia, que es una organización terrorista extremista que representa una amenaza para la Autoridad Palestina, realidad que ha sido reconocida por una decena de Estados, entre ellos el Reino Unido y Australia, donde recientemente designaron a Hamás una organización terrorista. El resto de los países demócratas del mundo deben hacerlo también.
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