Un distinguido economista, don Dennis Meléndez, y un exitoso empresario, don Sergio Capón, decidieron dialogar en este foro sobre las políticas públicas. ¡Bienvenidos! El diálogo respetuoso y bien fundado enriquece a los lectores y hacedores de las políticas públicas.
Con don Dennis ya había iniciado el intercambio. Aún mantenemos concordancias y divergencias. Entre las primeras, él suscribe un enfoque monetario de la balanza de pagos con el cual no tengo mayores problemas; también, me complace notar su convencimiento de que toda política fiscal, sobre todo si es expansiva, incide en el mercado cambiario.
Eso, en sí, es un gran avance. Un país no puede cultivar una cultura de expansión fiscal por años ni consentir un apetito por el endeudamiento externo sin que el tipo de cambio le pase la factura.
También me gustaría pensar que él, como buen economista liberal, defiende el régimen de flotación que tanto costó aprobar y que algunos quieren eliminar. En flotación, el tipo de cambio cumple un papel trascendental como árbitro de la balanza de pagos, donde convergen todas las transacciones de bienes y servicios y entradas de capital.
Si su valor se fijara arbitrariamente, perdería sus atributos esenciales: equilibrio, neutralidad y flexibilidad para acomodar las cambiantes fuerzas económicas (los fundamentales) en todos los procesos de ajuste estructural. Costa Rica está inmersa en varios de ellos, incluido el mercado laboral y productivo. Abortar el régimen cambiario flexible tendría gravísimas consecuencias.
Por eso, no son de recibo peticiones tendentes a transformar el concepto esencial del tipo de cambio de mercado para sustituirlo por otro supuestamente más “razonable, estático, realista, garante de la rentabilidad empresarial y socialmente justo”. ¿Justo para quién: productores o consumidores?
Tampoco conviene redefinir las políticas monetaria y cambiaria para incluir diferencias intrínsecas entre regiones o productos. Me horroriza pensar que pudieran exigir una política cambiaria para la Meseta Central y otra, más laxa, para las costas; o pensar en un tipo de cambio para la piña y otro para el resto de las frutas. El proteccionismo implícito en estas peticiones debe ser rechazado.
Don Sergio sostiene que las causas principales de la apreciación cambiaria son el endeudamiento fiscal y la política monetaria del Banco Central. Solicita, por tanto, “que el BCCR tome medidas para que el tipo de cambio se estabilice en rangos razonables para la realidad de Costa Rica”.
Eso no será posible. Razones legales y económicas gravitan en su contra. Jurídicamente, el Banco Central no puede intervenir en el mercado cambiario con el propósito de estabilizar el tipo de cambio en ningún rango, razonable o no, salvo en presencia de movimientos violentos esporádicos. En un régimen de flotación, la ley manda que el tipo de cambio lo fije el mercado. Tendría la Junta que eliminarlo por una mayoría calificada, y eso no lo veo.
Desde el punto de vista económico, el tipo de cambio nunca se debe estabilizar dentro de ningún rango, como antes con las bandas, sin que rápidamente las sobrepase. Como dije, el tipo de cambio debe ser de equilibrio y suficientemente flexible para adaptarse a circunstancias macroeconómicas cambiantes.
Ajuste macro
No obstante, tanto don Dennis como don Sergio evolucionaron a un nuevo estadio en la discusión. Presintiendo, quizás, que no lograrán una reforma cambiaria, decidieron apuntar a otras políticas públicas, como el endeudamiento fiscal y las tasas de interés. La primera no depende del BCCR; la segunda, sí. Pero en eso también tengo algo que decir, siempre a título estrictamente personal.
Presuponer que la tasa de política monetaria (TPM) es la culpable de la apreciación cambiaria y que con solo bajarla un poco el colón se empinará de nuevo es una apuesta demasiado aventurada, sobre todo, si pretenden que las nuevas cotizaciones sean sostenibles. Es más, ya la TPM ha bajado bastantes puntos y en el mercado cambiario no ha pasado nada.
También es debatible si la venta de reservas al sector público no financiero fue la mejor política durante la pandemia, pero eso es harina de otro costal. Lo cierto es que el gasto y los ingresos mermaron en ese período, se rompió el equilibrio macro y el BCCR se vio de pronto en una situación muy comprometida.
Su nivel de reservas era muy bajo, la tasa de política monetaria había descendido hasta el 0,75 % anual, y había mucha liquidez. Y cuando se dieron los choques externos (alza del petróleo, encarecimiento de materias primas y el advenimiento de problemas geopolíticos), la inflación llegó al 12,1 %, el tipo de cambio se disparó a casi ¢700 y, claro, tuvo que apretar los frenos. Ajustó su tasa de política monetaria y tomó otras medidas de contracción para controlar la inflación, incluida la reposición de reservas.
Hacienda cumplió satisfactoriamente su parte del convenio con el FMI y, ahora, el país disfruta de estabilidad fiscal y monetaria.
Yo me alegro profundamente de que la gente pueda respirar tranquila, que la economía se haya recuperado y su tasa de crecimiento esté entre las punteras del mundo. Aunque a otros les disguste, se reconstituyó un buen monto de reservas monetarias internacionales que hoy transitan dentro de los parámetros internacionalmente aceptados (ARA), entre el 100 y el 150 % del PIB. También es bueno notar que la tasa de desempleo se redujo, aunque se busquen argumentos para no reconocerlo.
Tasas de interés
Antes de proseguir, noto la conspicua ausencia de críticas al elevado porcentaje de las tasas activas (préstamos) de los bancos comerciales y el margen de intermediación en colones. Para mí, es reflejo de la insuficiente competencia entre bancos públicos y privados y las cargas parafiscales que sobre ambos pesan.
Eso, sin duda, resta eficacia a la política monetaria, pues, cuando la TPM va a la baja, los bancos y financieras son muy renuentes a bajarlas, en detrimento de los deudores. Los legisladores tampoco han abordado el problema, teniendo la potestad de hacerlo.
Volviendo a nuestros interlocutores, la principal discrepancia es con la TPM. Ellos consideran que subió mucho y fue lo que provocó la caída del tipo de cambio. Su argumento, aún no fehacientemente demostrado, es que estimuló entradas de carácter financiero (golondrinas y fondos mal habidos) y que, al venderse en el Monex, bajó el tipo de cambio y, por ende, deben bajarse ahora las tasas (no dicen a qué rango, pero supongo lo más cerca del suelo) para que el tipo de cambio suba (tampoco señalan dónde, pero presumo que muy cerca del cielo).
Yo no comparto ese criterio. La política monetaria nunca se debe formular para manosear el tipo de cambio, sino con apego estricto a la técnica y la ley: mantener una inflación baja y estable. Es el único objetivo de una política monetaria válida, aquí y en otros lares. El programa de estabilización monetaria, aprobado de consuno con el FMI, fue duro, pero eficaz. Además, no causó recesión ni desempleo (más bien, mejoraron) y las perspectivas para el binomio 2024-25 son positivas.
No se puede descartar que, con la mayor confianza generada (el índice de confianza subió) y las mejores notas de las calificadoras de riesgo, aumentaran las entradas de capital en el 2022 y el 2023. De hecho, así lo reflejan los últimos informes de política monetaria. Pero de ninguna forma se puede sustentar estadísticamente la pretensión de que esas entradas de capital son la causa principal de la apreciación.
El arbitraje siempre se da, y las entidades financieras suelen reducir sus posiciones en moneda extranjera cuando el tipo de cambio está a la baja, y las suben cuando va al alza. En el primer caso, pueden quemarlas en el mercado y colocarlas en el mercado integrado de liquidez (MIL) y obtener utilidades.
Así son los bancos, siempre dispuestos a lucrar. Pero no es razón suficiente para abortar un buen programa de estabilización para controlar la inflación y perjudicar a toda la población, especialmente a los más pobres, y a los 750.000 deudores en moneda extranjera. En la jerarquía de valores del Banco Central, el interés público debe prevalecer sobre las ganancias privadas.
De todas maneras, estamos en un período de transición. Ya el BCCR bajó bastante la TPM y dice en sus informes que tiene planes de continuar reduciéndola hasta llegar a una postura monetaria neutra, cuando las circunstancias lo permitan.
El avance podría lograrse más rápidamente si los principales bancos externos aceleraran sus propias reducciones. Allá llegaremos. Falta poco. Pero, como dicen los arrieros más seguros y certeros, “no hay que llegar primero, sino saber llegar”.
jorge.guardiaquiros@yahoo.com
El autor es abogado y economista.