Shmuel Gogol fue un niño judío nacido en Varsovia, Polonia, en 1924. Desde muy pequeño, le gustaba tocar la armónica. Siendo apenas un adolescente, fue perseguido por los nazis durante el Holocausto y, como muchos otros judíos, fue enviado al campo de concentración de Auschwitz.
Un día un guardia de la SS escuchó a Shmuel tocar la armónica en su barraca. Aunque lo pudo haber matado por eso, el guarda más bien llevó a Shmuel a la orquesta de Auschwitz, compuesta por prisioneros a los que obligaban a tocar música en la entrada a las cámaras de gas donde eran asesinados los judíos.
Shmuel vio a varios de sus familiares desfilar en la marcha de la muerte hacia las cámaras, por lo que prometió nunca más abrir sus ojos al tocar la armónica.
Milagrosamente, Shmuel sobrevivió y se fue a vivir a Israel. En 1993, fue invitado por el primer ministro israelí Yitzhak Rabin para viajar a Polonia en conmemoración del 50.° aniversario del levantamiento del gueto de Varsovia.
En el viaje, Shmuel visitó Auschwitz y le solicitaron que volviera a tocar la armónica, esta vez como hombre libre. Y así lo hizo. Entonó Mi pequeño pueblo Belz, la misma canción que tocaba cuando los judíos marchaban hacia las cámaras de gas durante la Shoá. Sin embargo, en esta ocasión, Shmuel tocó la armónica con sus ojos bien abiertos, en señal del orgullo que sentía de haber sobrevivido a la “solución final”, lo que evitó la aniquilación del pueblo judío que pretendían los nazis.
En abril de este año, tuve la oportunidad de asistir a La Marcha de la Vida en Polonia, un programa en el que más de 300.000 personas de 50 países del mundo han participado para estudiar la historia del Holocausto y las raíces del prejuicio, la intolerancia y el odio en su máxima expresión.
En el acto principal y como tributo a todas las víctimas del Holocausto caminamos tres kilómetros desde Auschwitz hasta el campo de exterminio de Birkenau, liderados por algunos de los pocos sobrevivientes de esa guerra que todavía están vivos.
El viaje incluyó visitas a varios campos de concentración y exterminio, rodeados de terroríficas alambradas. Caminamos sobre las líneas del tren donde estaban los vagones originales en los que los judíos eran transportados como ganado. Entramos a las barracas donde dormían hacinados y a las mismísimas cámaras de gas donde eran asesinados. Finalmente, fuimos a los hornos en los que quemaban los cuerpos de los millones de víctimas.
Fue muy difícil asimilar que nos encontrábamos exactamente en el lugar donde torturaron y aniquilaron a tantas personas y donde ocurrieron muchos de los sucesos más abominables de la Segunda Guerra Mundial. Peor aún, no fue posible encontrar suficientes palabras para describir la magnitud de la maldad, el odio, la frialdad y las atrocidades de la barbarie nazi.
Después de un viaje tan revelador, no puedo callar frente al incremento tan alarmante de los mensajes de odio en Costa Rica, tal y como fue expuesto en un reciente estudio de la ONU.
La investigación concluyó que los temas que provocan más expresiones de odio en nuestro país son la política, la xenofobia, el género, la orientación sexual, el choque generacional, el racismo, la religión y la discapacidad. Es difícil concebir que nuestro país se esté transformando y polarizando como nunca antes.
No seamos cómplices con nuestro silencio e indiferencia. A veces la omisión es peor que la acción misma. Debemos luchar activamente y manifestarnos decididamente contra la discriminación y la intolerancia hacia el prójimo nada más por ser o pensar diferente.
Al igual que Shmuel Gogol, abramos nuestros ojos contra el odio. Abramos nuestra mente al diálogo y al respeto. Convivamos pacíficamente en la diversidad. Comprometámonos a mantener vivo el recuerdo y el honor de tantas personas que han sido víctimas de este tipo de injusticias.
No permitamos que se repitan en Costa Rica acontecimientos tan detestables como los que han ocurrido en otros momentos de la historia de la humanidad.
Miembro de la Comunidad Judía de Costa Rica.