Llegó la hora de despedirnos de la sensatez humana, pues nuestra brújula de empatía está descalibrada. Estamos en el punto de no retorno en el caminar de la fábula de nuestros propios días, cuando las decisiones a partir de ahora dictarán el mañana incierto para las futuras generaciones.
Algunos desconocen su propia historia, pues el ciclo volvió a comenzar. El odio se apodera de la razón. Abarcar dominio y poder es más importante que el bienestar del ser humano. Dejaron que las emociones y la necesidad inherente de tener más los controle.
¿Hasta cuándo tendremos que soportar?, me preguntaron hace un par de días sobre las tantas guerras que se libran en este momento. Después de analizar meticulosamente, me respondo a mí mismo que la pregunta no es cuándo, sino por qué. ¿Por qué tenemos que soportar decisiones políticas?
Dice Sun Tzu que “la mejor victoria es vencer sin combatir”, pero, entonces, ¿por qué tantos combates? Indiferentemente de quién gane, ya perdimos todos. No importa el objetivo ni la bandera que se levante al final; estamos condenados a seguir repitiendo el ciclo de violencia porque así somos.
Creemos entender el funcionamiento de las cosas, de las personas y del mundo, pero no nos detenemos a entender el contexto, ni la historia, ni los errores. Por eso seguimos cayendo, por eso seguimos fallando.
En estos momentos, el silencio es el enemigo que acecha y aprovecha cada pequeño espacio para dominar, enaltecer el odio y generalizar las opiniones. De la mano de la desinformación, sin embargo, el silencio es la mejor herramienta a la que pueden acudir los conspiranoicos y los que se niegan a entender qué sucede a su alrededor.
A falta de entendimiento del fondo de los acontecimientos, es mejor abstenerse de ejercer el derecho a la libre expresión. No prolongar el doloroso arte de emitir un criterio desinformado al que tanto recurren influenciadores.
En algo creo que estamos de acuerdo: el odio, venga de donde venga, no debe perpetuarse. No se le debe dar aire en su agonía. Hay que dejarlo partir de este mundo y dar paso, o al menos es la utopía, a un período perenne de amor y empatía.
¡Que vuelva la sensatez! es el clamor, la esperanza. Duele verla partir con la maleta llena de oraciones y buenos pensamientos, porque es lo único que podemos darle. Nos asusta levantar la voz informada y tomar acción. Nos asusta estar en la primera línea de defensa del pensamiento racional, donde se evitan las tragedias antes de que sucedan. Estamos muy cómodos tras el vidrio templado de la sociedad, donde se democratiza la estupidez y se enaltece la ignorancia.
¡Adiós, sensatez! No vuelva. No la merecemos, ya le hemos hecho mucho daño. No es ella, sino nosotros quienes nos negamos a aceptar la realidad que nos rodea y tomamos la decisión, hace mucho tiempo, de dejar de apreciarla. Ojalá la vida nos dé la oportunidad de reencontrarnos algún día y merecernos nuevamente.
El autor es escritor.