Hace algunas semanas, una de mis compañeras de tertulias de la hora de almuerzo se preguntaba qué podemos hacer los ciudadanos que no ocupamos puestos gubernamentales ante el escenario sombrío que la política y la realidad nacional nos ofrecen. Lo decía con una mezcla de angustia, tristeza y sentido de responsabilidad. Admito que el pesimismo en ocasiones nos nubla la mente, y que en ese momento no tuve idea de qué contestar.
Pocos días después, durante el congreso anual de la Academy of Consultation-Liaison Psychiatry en Estados Unidos, hubo un simposio dedicado al tema de advocacy, en donde se nos dieron herramientas para gestionar la defensa de determinados principios que consideramos relevantes para el bien común. El material allí expuesto me pareció tan valioso que considero necesario compartirlo y difundirlo porque, al menos en parte, le contesta la duda a mi colega (y a muchas personas más) y nos motiva a contribuir en la búsqueda de una sociedad mejor.
En primera instancia, quien desee iniciar un proceso de apoyo a una causa común deberá contestar varias preguntas básicas: ¿Cuál es el área en la que se desea aportar y tener un impacto social? Se requiere de pasión y preocupación genuinas en conjunto con experiencia y destrezas consolidadas en el tema, además de un análisis detallado de las necesidades más apremiantes.
Algunos ejemplos podrían ser diversos aspectos de la niñez o la adolescencia, las luchas contra el BigFood (o grandes empresas alimenticias, ahora en contra del etiquetado frontal nutricional, a pesar de los demostrados beneficios que estos conllevan) o el campo de las adicciones.
Se procede entonces a definir con detalle cuáles son los grupos vulnerables y se procura la planificación de acciones específicas de prevención y de generación de conciencia.
¿Qué se pretende con estos movimientos? En general, se buscan principios universales, como disminuir el sufrimiento o aumentar el bienestar humano. Por tanto, un antídoto contra el distrés moral de otros, y del gestor mismo, por saberse un ente activo, proactivo, participativo. El sentido de este proceso es identificarse como “la voz de un grupo de personas que históricamente no han sido escuchadas”.
¿Cuáles otras consideraciones facilitan el alcance de las metas? El trabajo requiere de la conformación de equipos colaborativos, que aporten desde distintas áreas del conocimiento y de forma complementaria (como la asesoría legal, la búsqueda de fondos o el manejo de estados financieros). Este ejercicio implica, también, definir con quién sí y con quién no se puede trabajar, y cuáles podrían ser mentores que contribuyan con su experiencia.
De la mano de lo anterior, las destrezas de negociación, comunicación directa y asertividad son básicas. La conciliación se alcanza a través de un estilo de liderazgo democrático y participativo. Si hay cambio o se defiende un ideal existirá resistencia, pero cuando hay participantes empoderados y comprometidos los procesos fluyen de forma espontánea.
Habrá que medirle el pulso a los tiempos de forma constante, con un paso de roles reactivos a proactivos, según las necesidades y los recursos disponibles, incluida la tecnología. Un ejemplo actual es la necesidad de promover la regulación de redes sociales en adolescentes o de la inteligencia artificial, temas en los que el avance en nuestro medio ha sido discreto, en el mejor de los casos.
Objetivo claro
La identificación de los conflictos de interés, económicos o intelectuales, propios o ajenos, es otro paso fundamental. Permite saber cuál es el motor que pone en marcha toda la estructura y cuáles serán algunos de los obstáculos en el camino. Uno de ellos, precisamente, son los discursos violentos. ¿Qué hacer al respecto? Nada sucede rápido; el camino es largo hasta que se puedan concretar las cadenas de acciones que permitan alcanzar un fin determinado.
Habrá frustración y se tendrá que desarrollar la tolerancia correspondiente. Pero si se cuenta con evidencia, no habrá por qué polarizar. Se reconocen los aspectos positivos de la oposición, se fomentan y se unifican con el movimiento.
Para las personas que tenemos una formación científica, este tipo de proyectos permite, además, subsanar una deuda histórica de nuestras disciplinas: salvo contadas ocasiones en nuestro medio, como en el caso del impacto social del Instituto Clorito Picado, la ciencia no suele permear en la política.
Se necesita de más personas con conocimiento técnico incursionando en la política, no de políticos disfrazando sus argumentos con información científica descontextualizada en favor de un interés predefinido. Ya lo dice el refrán: “la ciencia no miente, pero se puede mentir con la ciencia”.
Específicamente para el personal con ejercicio clínico, este trabajo es una forma de ampliar el cuidado hacia los pacientes. El riesgo es que la inactividad abra el espacio para los intereses particulares; con el silencio se puede ser cómplice.
¿Soñamos en grande? Ahí están los Hibakusha, supervivientes de los bombardeos nucleares de Hiroshima y Nagasaki, ahora acreedores del premio Nobel de la Paz por sus gestiones antiarmamentistas; o en nuestro medio la fundación MarViva o la fundación Parque Metropolitano La Libertad, haciendo la diferencia con sus luchas y aportes.
A quienes están a medio camino, no desesperen, sigan con convicción; a quien lo está considerando, esta es una oportunidad para revisar de qué forma, con cuáles acciones, haciendo yunta con quiénes, se podrán definir acciones concretas en favor de una causa determinada. Todos, el país, la sociedad, les estaremos agradecidos.
El autor es catedrático de la UCR.