Por Santiago Núñez Corrales
El inicio de la campaña electoral, en la vorágine que ha corrido el velo de lo que restaba de inocencia acerca de la corrupción en lo público y lo privado, se ha teñido de otros colores preocupantes. La disparidad entre quienes aspiran a puestos de elección popular y los derechos humanos como el matrimonio igualitario, la despenalización del aborto y la equidad de género es alarmante.
Sí, existen otros problemas en el país como la pobreza, la inseguridad y el tránsito. Negar su importancia sería ingenuidad o cinismo. Pero negar la trascendencia de crear un país con cada vez mayor libertad colectiva sustentada en un cuerpo legal renovado es piedra angular para la búsqueda de mejores soluciones con todas las mentes que sea posible reclutar.
Gobernar no es asunto solamente de alineación de voluntades o del ejercicio del poder del aparato administrativo; implica intelectualidad fructífera en determinar las causas más fundamentales detrás de lo que aqueja a una nación y atacarlas directamente. Es necesario reconocer pública y abiertamente errores cometidos y acometer con prontitud su corrección. Este es un perfil escaso en la historia política costarricense: personas experimentadas en solucionar problemas en vez de usarlos como dispositivos políticos.
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¿Qué es la experiencia? Niels Bohr la definía como haber encontrado todos los errores que pueden cometerse en un área estrecha del conocimiento. Alcanzar un puesto público debería implicar el uso de errores previos para evitarlos en el futuro, dada la responsabilidad colectiva del poder político.
Cuestionar. Una mente cuya filosofía práctica del diario vivir sea esta cuestionará todos los sistemas de pensamiento, empezando por el propio. No se enfoca en mantener consistencia ideológica con una u otra forma de pensamiento predefinida, pues reconoce que es un absurdo.
La historia es pródiga en demostrar cómo la consistencia ideológica puede convertirse con facilidad en atrocidades. Reconoce más valioso cuestionar los supuestos detrás de cada idea articuladora de la sociedad y determina si se aproxima a la evidencia dada por los hechos, o si permite aumentar la libertad individual y colectiva.
Debemos aprender a reconocer que la búsqueda plena de la libertad es posiblemente el más importante de los actos que articulan nuestro sentido de propósito, y que no existen atajos o recetas para alcanzarla.
El negar la validez de la lucha por los derechos humanos en Costa Rica y la necesidad de su materialización por quienes ostentan candidaturas a puestos de elección popular trasciende la mezquindad ética y revela el posible funcionamiento de una mente con poder administrativo y al elegir su equipo de trabajo.
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Nuevos enfoques. De quienes usan exclusivamente argumentos religiosos solo es posible esperar recetas precocidas para problemas que requieren nuevos enfoques y respuestas autoritarias cuando surja la crítica o la contradicción en vez del diálogo.
A quienes aducen querer preservar la tradición y la moral –ancladas en legislación de una Costa Rica que ya no existe– para que la tela de la sociedad no se rompa con lo aparentemente nuevo y caprichoso, debemos encontrarles qué privilegios individuales son los hilos que les permiten manejar y oprimir vastas extensiones del tejido social, económico y político del país que tanto temen perder. Y a quienes usan la supuesta existencia de un orden natural de las cosas, nos toca recetar implacablemente ciencia, ciencia y más ciencia.
Estamos al borde de un abismo de desigualdad en derechos humanos de cara a las siguientes elecciones, pero sus profundidades son más lúgubres de lo que aparentan y redundan en menores oportunidades para la ciudadanía.
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Exigir compromiso político con el avance de los derechos humanos y su centralidad en la política nos llevará a ser un país más justo, más competitivo, más solidario y menos manipulable por quienes se especializan en extorsionar mediante el miedo, la fuerza y la culpa.
El autor es investigador.