Escribo estas líneas al calor de haber celebrado la gran victoria de Sherman Guity en los Juegos Paraolímpicos de Tokio. Desde la medalla de oro de Claudia Poll en 1996, no sentía tanto orgullo deportivo por nuestro país. Después de la euforia; sin embargo, me puse a pensar si las medallas de oro tienen que estar separadas por tantos años.
Pareciera que nuestros éxitos deportivos son producto de los esfuerzos aislados y el tesón de atletas que, frente a las adversidades, en especial las financieras, se esfuerzan por salir adelante y cumplir sus sueños. Estos atletas; no obstante, son como estrellas fugaces, se ven muy rara vez.
¿Por qué es esto? Talento está demostrado que tenemos; las agallas y las ganas también están ahí. Por más que lo medito, todo me lleva a concluir que no tenemos programas deportivos bien financiados que permitan a nuestros atletas saltar al próximo nivel.
No estoy criticando al Comité Olímpico Nacional, ni a ninguna de las federaciones deportivas. Seguro que estas organizaciones tienen muchísimas oportunidades de mejora, pero no podemos exigir que exclusivamente salga de ellas el impulso que necesita el deporte nacional. Esa es una labor de todos. Es una labor que no podemos encomendar al Estado, sino que también debe tener apoyo privado. Ese apoyo que se rige por las reglas del libre mercado.
Es por eso que veo con mucho positivismo el proyecto de ley N.° 21.745. Este proyecto busca permitir el patrocinio y la publicidad de bebidas alcohólicas en actividades deportivas. Aunque no apoyo el impuesto que se pretende crear en este proyecto para el fondo para deportistas de alto rendimiento. Creo firmemente en el crecimiento orgánico que daría el patrocinio y la publicidad de estos productos a nuestra actividad deportiva. No todos los problemas se solucionan con impuestos o tarifas. Si algo ha demostrado la experiencia nacional es que los fondos con destino específico terminan gastándose en la maraña administrativa que el Estado suele imponer en estos casos. En otras palabras «del plato a la boca se cae la sopa».
Veo la iniciativa sin ningún puritanismo y con la objetividad con la que se deben meditar no solo los problemas, sino las soluciones a los grandes retos. Me acompaña en esta ocasión la circunstancia personal de no ser consumidor de ningún tipo de alcohol, lo cual me permite ver este asunto desde una arista distinta. Sin fanatismos o intereses de ningún lado.
Los críticos a este proyecto alegan que la publicidad de bebidas alcohólicas hace que los menores de edad tomen y que el consumo hace que las personas se vuelvan violentas, no solo en los eventos deportivos en sí, sino que también en las casas. De hecho, muchos de ellos ligan el fenómeno de la violencia doméstica al consumo de alcohol.
En cuanto al consumo y sus efectos, no voy a negar ninguna de estas afirmaciones. Sería irresponsable. Hasta las mismas compañías que producen y venden bebidas de este tipo, en sus códigos de ética internos y en sus mensajes al consumidor, reconocen claramente que el exceso en el consumo de alcohol produce daños sociales e individuales. Por eso, estas mismas compañías llaman a la moderación y al consumo educado. Esa es una verdad que no se puede tapar con un dedo, y tanto las compañías productoras, como las comercializadoras y los entes estatales rectores de la materia, están llamados a continuar enviando esos mensajes de educación para la población.
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Publicidad vs consumo. En cuanto al tema de la publicidad —que es en lo que se centra el proyecto de ley referido—, sí tengo diferencias profundas con las personas, organizaciones y entidades que se oponen a esta iniciativa. Primero, al analizar el plan, muchas de estas personas confunden el tema de consumo con el de publicidad. Son temas relacionados sí, pero no son lo mismo. El orden público manda que para el consumo existan lugares y horas, y en eso estoy de acuerdo. La publicidad en cambio es otra cosa.
Empecemos por el hecho de que estamos hablando de un producto que es legal. Es un producto que se vende libremente a personas mayores de edad, y como tal, es un producto que se debería poder exhibir y publicitarse. Por la naturaleza misma del producto obviamente no todos los foros y las formas son apropiadas para la publicidad. Pero les puedo asegurar que, aunque la autorización fuera irrestricta, las mismas compañías de bebidas alcohólicas por sentido común, y por el principio de ser buenos ciudadanos corporativos, no van a hacer publicidad en lugares inapropiados. No es solo por ser responsables socialmente, sino porque es la mejor decisión desde un punto de vista comercial. Es entonces un sesgo cognitivo el creer que, porque algo sea permitido, las compañías van a aprovechar la oportunidad para hacer lo que quieran.
Entonces habrá formas y foros en los cuales estas compañías pueden hacer publicidad, incluso para actividades deportivas. Solo es determinar las reglas del juego por tratarse de productos de relevancia social. Esos son detalles. El primer brinco que tenemos que dar es salir del puritanismo y de ese deseo irracional de querer que el Estado controle o prohíba actividades con el fin de alterar el comportamiento humano.
Revisando la literatura científica sobre el tema, me encontré una encuesta reciente realizada en Estados Unidos por la organización «Responsibility.Org». En este documento se demuestra con diáfana claridad que la primera y más grande influencia para que los menores de edad empiecen a consumir alcohol son sus padres (casi un 75%), seguido de otros familiares, y solo al final de la lista aparece la publicidad con un porcentaje de influencia del 14%. En otras palabras, no es la publicidad el gatillo principal para que los menores empiecen a consumir licor, por más que los críticos y detractores quieran hacerlo ver así.
No me voy a envolver en una discusión de cifras y estudios, lo que creo firmemente requiere sentido común y educación. Llamo la atención a esta información, porque el tema es complejo y la información que repiten robóticamente ciertas personas e instituciones no es tan blanca y negra como se quiere hacer ver.
De la publicidad y patrocinio de estos productos puede salir apoyo para el deporte nacional, estaríamos siendo miopes si lo negamos por convencionalismos anacrónicos. Nuestros deportistas merecen el oxígeno que este tipo de apoyo les puede otorgar. ¿Quién sabe? A más deporte, más saludable será la población, más interesados estarán nuestros niños en perseguir una actividad deportiva y más orgullos tendremos como país. Y, ¿por qué no? Menos problemas sociales derivados del consumo del alcohol.
Las prohibiciones nunca han demostrado ser efectivas. ¿Qué mejor ejemplo que la prohibición de bebidas alcohólicas en Estados Unidos durante la década de 1930? La educación y los valores son la solución, y esos valores y esa educación se dan en casa. No es el Estado quien debe educar a nuestros hijos ni las compañías de bebidas alcohólicas con su publicidad. Los costarricenses no necesitamos que nos lleven de la mano para que nos digan qué hacer y qué no hacer, cuál publicidad ver y cuál no.
El Estado no debe intervenir en toda esfera social. Sepamos vivir con responsabilidad, en libertad respetando los derechos de los demás. Somos nosotros, los padres de familia, quienes tenemos que inculcar los valores, señalar los peligros e indicar el camino.
El autor es abogado, especialista en derecho de competencia y del consumidor.