Al expresarse bajo un seudónimo, sin temor a repercusiones, el sentido ético se diluye fácilmente en las redes sociales. En psicología, esto se conoce como el “efecto de desinhibición en línea” y describe cómo las personas, al ocultar su identidad, se sienten menos responsables de sus palabras y acciones.
Según el psicólogo John Suler, el anonimato actúa como un “escudo psicológico” que facilita que los usuarios se comporten de maneras muy distintas a como lo harían en entornos físicos o en interacciones cara a cara.
El resultado son comentarios ofensivos, insultos e incluso amenazas que contribuyen a crear un clima tóxico, debilitando la empatía y el respeto mutuo.
Otro aspecto relevante es la ausencia de una autoridad clara en las redes sociales. A diferencia de los entornos físicos, donde existen normas explícitas y figuras de autoridad que velan por su cumplimiento, las plataformas en internet dependen principalmente de algoritmos y moderadores para regular el contenido, lo que no siempre resulta eficaz.
En un espacio digital sin límites definidos, los usuarios perciben una tierra de nadie, lo que puede incentivar comportamientos agresivos. Tal ausencia de límites y supervisión facilita las conductas impulsivas y, en ocasiones, dañinas, como el ciberacoso y la propagación de desinformación.
La desinformación es uno de los problemas más preocupantes, porque pareciera que no existen consecuencias para quienes publican contenidos falsos o engañosos.
Al difundir noticias falsas, los usuarios contribuyen a la desconfianza y la polarización, dos elementos que afectan tanto el debate público de altura como la estabilidad social.
El académico Cass Sunstein advierte que la propagación de información sin verificación en las redes sociales distorsiona el debate y refuerza los estereotipos. Como consecuencia, la calidad de la información que recibe el público tiende a deteriorarse.
El diseño de las redes, orientado a la viralización, promueve respuestas rápidas y emocionales, en detrimento de la reflexión.
La solución a estos problemas no recae únicamente en mejorar los mecanismos de moderación. Para construir una comunidad digital saludable, se necesita fomentar una ética compartida, en la que las grandes tecnológicas, los usuarios y las instituciones se comprometan a impulsar el respeto y la responsabilidad en línea.
Las redes sociales deben asumir un papel activo en este proceso, mejorar sus políticas de moderación y garantizar que los usuarios tengan al alcance mecanismos eficaces para denunciar abusos y activar protocolos de suspensión o eliminación de contenidos engañosos y falsos.
Al mismo tiempo, los usuarios deben desarrollar habilidades de autorregulación y pensamiento crítico para discernir entre contenido confiable y engañoso, así como reflexionar antes de publicar o responder en línea.
La educación digital, especialmente para los jóvenes, se presenta como una herramienta esencial en la construcción de esta ética compartida. Un enfoque educativo que enseñe la importancia de la empatía, la verificación de la información y el respeto hacia los demás reduce significativamente los efectos negativos del anonimato en las redes sociales.
A través de la formación en estas habilidades, las personas logran comprender el impacto de sus palabras y acciones, y actúan de acuerdo con una ética que favorece la convivencia digital pacífica.
Los gobiernos e instituciones también desempeñan un papel crucial en la regulación de las redes sociales. Al establecer marcos que privilegien la responsabilidad y la transparencia en el contenido en línea, protegen a los ciudadanos y previenen los abusos.
Una regulación equilibrada, que respete la libertad de expresión y, al mismo tiempo, responsabilice a los usuarios por su conducta, contribuirá a reducir la proliferación de desinformación y discursos de odio en las plataformas.
La construcción de una ética digital compartida es un desafío que requiere la colaboración de todos los sectores de la sociedad. Crear una cultura que valore el respeto y el diálogo en las redes sociales demanda el compromiso conjunto de quienes poseen perfiles activos en las redes, educadores, empresas y gobiernos.
Solamente a través de un esfuerzo colectivo, las redes sociales podrán convertirse en espacios donde la comunicación sea constructiva y la libertad de expresión no entre en conflicto con el respeto que nos debemos todos como seres humanos.
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Ricardo Castro Calvo es gerente de desarrollo estratégico en la Asamblea Legislativa.