Era un día de Navidad. Llegué al hogar de doña Felicia, una de mis pacientes. Al contrario de lo habitual, noté en su semblante cierto aire de insatisfacción. Sorprendido, pues por lo general doña Felicia es muy amable, le consulté el motivo. “Fíjese, doctor, que la enfermera me bañó hoy en la cama y me enjabonó con jabón corriente ¡en la cara! No hizo caso cuando le indiqué que usara mi jabón especial, de primera calidad, para que no lastime mi piel, ni se me arrugue el rostro”, relató doña Felicia, de 95 años de edad.
Simple, en apariencia, la anécdota va más allá de un sencillo incidente. Más bien revela la vanidad bien entendida y la pulcritud de una dama en el amplio sentido de la palabra, con esa educación y elegancia que otorgan tanto los modales aprendidos como las buenas costumbres.
Aparte del autocuidado, en lo que corresponde a la patología más frecuente durante el envejecimiento, resulta importante entender que envejecer es, sin duda, un arte que todos debemos aprender gradualmente mediante nuestras propias experiencias, así como incorporarlo del ejemplo de personas adultas mayores que se mantienen activas.
Personas ilusionadas. Todos conocemos a adultos mayores que llaman la atención por la ilusión que imprimen en sus vidas cotidianas. Ponen lo mejor de sí y lucen radiantes, gracias a la disposición anímica y a la agilidad mental que les caracteriza.
Se conducen con elegancia, en absoluta coherencia con las normas de urbanidad, razón por la cual es muy importante que los buenos hábitos y costumbres adquiridos en la juventud se mantengan a lo largo del tiempo. De esta manera, cuando se alcanza la edad mayor, estas virtudes se profundizan, elevan el garbo y la autoestima.
En ese contexto, acudir a embellecerse, sin caer en excesos, es válido para verse bien y, en consecuencia, procurarse una vejez exitosa.
Finalmente, la enfermera comprendió que doña Felicia es una persona amiga de lucir bien, sin importar la edad que tiene. Siempre debemos inspirarnos en estos modelos positivos de personas adultas mayores, quienes se guían por principios de sana convivencia. No descuidan la higiene diaria, usan ropa limpia y se arreglan. No caen ni, mucho menos, les da por andar en buzo, pijama o bata, todo el santo día.
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Estos modelos deben ser tomados en cuenta por las personas adultas mayores y sus familias. Que comprendan la importancia del aseo personal, de los beneficios del orden y de una dieta adecuada. Estos son, además, elementos que les permiten alternar en su grupo social con otras personas adultas mayores o familiares, para sumar así factores positivos y trascendentes, en pos de un envejecimiento pleno de realización, autoestima y que sirva de inspiración y ejemplo para las nuevas generaciones.
El autor es director general del Hospital Nacional de Geriatría y Gerontología.