Un estudiante de Medicina nacido en 1688 en Francia, de nombre Johannes Hofer, se dio a la tarea de redactar su tesis sobre una extraña enfermedad que agobiaba a los combatientes suizos destinados a los Alpes. A la dolencia, que provocaba una incontrolable e intensa añoranza por el lugar de origen, Hofer la llamó nostalgia —a partir de las palabras griegas nostos y algia, que a su vez designan, regreso a casa y dolor—, lo que terminó definiendo al padecimiento como un “deseo intenso de regresar”.
Por suerte, al transcurrir los años, la nostalgia se distanciaría de la designación clínica de ese momento y no sería considerada más una patología.
Volviendo la vista atrás, está claro que con su investigación el médico no descubrió la nostalgia. Su contribución fue darle nombre, y, a la vez, ayudar a comprender un estado que ya estaba presente en el acervo emocional de los seres humanos, como señala Alastair Bonnett, “una palabra nueva no necesariamente pone de manifiesto algo nuevo”.
Un ejemplo de lo anterior lo menciona Barbara Cassin, refiriéndose a la Odisea, de Homero, como “el poema de la nostalgia por excelencia”, en tanto dicha emoción está presente a lo largo del texto sin que la palabra aparezca.
Estamos al tanto de que las emociones están condicionadas por variables históricas, culturales, relacionales e incidentales, y, por lo tanto, la nostalgia actual no es comparable con la vivida por Ulises ni tampoco con la sufrida por los pacientes de Hofer, pero ¿qué lugar ocupa ese estado emotivo en la actualidad?
Lo primero que podría decirse de la nostalgia en el siglo XXI es que es una intentona por encontrar la vida de antes. Es decir, es un modo de vivir, pero de vivir recordando un “dulce pasado” que se idealiza y del cual el sujeto no puede ni quiere desprenderse, persiguiendo la mano que detenga la marcha del reloj y permita la vuelta al pasado, al paraíso de nuestros amores infantiles, como en el caso de la película Barbie, como significante singular de moda.
Concretamente, nostalgia, añoranza o el término alemán Heimweh es una manera de gozar de la memoria de lo perdido y no es difícil notar que en el mundo contemporáneo la posibilidad de regresar al pasado se encuentra en los objetos.
Asimismo, gracias al trabajo de Bauman, también conocemos que la gratificación que obtenemos de los objetos es momentánea, por lo que siempre se requerirá un nuevo objeto para el mismo deseo, y, en estas condiciones, los individuos viven su nostalgia sobre la base de deseos insaciables que demandan una satisfacción imposible de realizar: recuperar lo pasado poniendo en duda que el tiempo sea irreversible.
A su vez, la nostalgia tiene una forma extrema, la melancolía, entendida como el refugio mortífero en un pasado que no pasa, en un tiempo que pasa sin que nada cambie, así, el melancólico vive en un presente que perdió todo sentido.
Según Roger Bartra, escritor y antropólogo, “las tendencias irracionales son muchas veces una expresión del sufrimiento que provoca la llegada de lo nuevo y la pérdida de lo viejo. Anuncian un mundo plagado por la incomunicación. Las melancolías y tristezas son también expresiones del dolor que provoca vivir en un mundo fracturado e incoherente”.
Volviendo a la nostalgia, para el crítico cultural Grafton Tanner, “esta asoma su cabeza no solo cuando comparamos el presente con el pasado, sino también cuando comparamos nuestra realidad actual con las representaciones que de ella se hacen”.
En otras palabras, no es solamente una emoción alineada hacia atrás, sino también hacia dentro, hacia el mundo de las fantasías y las idealizaciones.
Cuando es orientada hacia atrás, apunta hacia la aparente simplicidad de la juventud, distrayéndose con ello de las obligaciones y turbaciones propias de la adultez, y, cuando es hacia dentro, se ancla en la ilusión de una vida que hubiera sido diferente. En ambas trayectorias, la nostalgia concede a la persona un espacio para ignorar el presente y el futuro.
El riesgo inherente de sucumbir a la nostalgia es responder al imperativo “¡añoren!”, o, dicho de otra manera, convertirla en una manía: añorarlo todo, con todas las ganas y todo el tiempo que sea posible.
No es necesario exagerarla. A la nostalgia, la sentimos de manera ineluctable, porque la encontramos cuando nos percatamos de que en algunos senderos se nos acaba el camino y cuando aceptamos que la piel sí tiene edad.
La autora es psicóloga y psicoanalista.