Se está poniendo en boga debatir sobre la llamada cuarta Revolución Industrial, en cuyo centro se ubica la robótica, o sea, la ciencia que desarrolla robots.
Cuando pensamos en robots, lo primero que nos viene a la mente es el aparato eléctrico que, como Arturito o el robot de “Perdidos en el Espacio”, se comporta como un ser humano.
No necesariamente es así y desde hace muchos años existen robots que llevan ca cabo tareas mecánicas de alta precisión, como el ensamblaje de automóviles, por ejemplo, o trabajan en diversos campos.
Se habla de que será posible, en un futuro, desarrollar robots afines a los seres humanos e incluso con la capacidad de desarrollar pensamiento propio, de lo que por no ser experto o técnico en el tema, me abstengo de tratar.
Tengo la esperanza sí, de que eso no llegará a darse, pues la condición esencial humana es única y una máquina jamás podrá desarrollarla. Lo que sí es indiscutible es que la inteligencia artificial está avanzado rauda y veloz y todavía sus límites plausibles están lejanos.
El propósito de este artículo es darle la bienvenida a la robótica masiva, si es que esta va a liberar a muchos seres humanos del trabajo en actividades de poca creatividad y desarrollo personal, dizque controlando máquinas, cuando lo que sucede es lo contrario; son las máquinas las que controlan el actuar, casi siempre repetitivo y deshumanizante de su labor, que convierte a quien las opera, prácticamente, en parte de la máquina.
Desde esa perspectiva, ha sido un acierto el uso de la robótica en la industria automotriz, por ejemplo.
La robótica puede convertirse, como hasta cierto punto lo han hecho las revoluciones industriales previas a la que iniciamos, en la gran liberadora del espíritu humano, la facilitadora del desarrollo, la detonante de la creatividad de muchos.
Tiempos de crisis. Paradójicamente, se acelera el proceso de robotización cuando gran parte de la humanidad empieza a vivir situaciones de supervivencia extremas, causadas por el cambio climático y por esquemas productivos de economía de mercado o de planificación centralizada, que no han sido capaces de traer la ansiada posibilidad de progresar y prosperar sostenidamente para todos los seres humanos.
La tecnología puede ser ese catalizador que enfrente la carencia que acabo de mencionar, que facilite el enfrentamiento al cambio climático para que no se extinga la presencia humana en el planeta Tierra –lo que podría suceder si seguimos como vamos–.
Puede ser también la que libere una cantidad enorme de fuerza espiritual e inteligencia reprimidas, aferradas a las máquinas en tareas, que si bien permiten a los individuos allegar recursos financieros necesarios para comprar en el mercado lo que necesiten para vivir o sobrevivir en muchos casos, no le permiten desarrollarse plenamente como seres humanos, viviendo con una calidad desconocida para las grandes mayorías, enfocada en el Bien Ser, mucho más allá del Bien Estar.
La robótica generará cambios drásticos en los esquemas productivos y distributivos, en los sectores primario, secundario y terciario de la economía. Por ello, deberá ser acompañada por cambios igualmente drásticos en los esquemas de consumo y en la distribución de la riqueza generada por la nueva economía.
Lo anterior para que su progresiva concreción no se convierta en una herramienta para concentrar más la riqueza en quienes poseen los mecanismos de producción de bienes y servicios, sino en una que permita financiar socialmente un estilo de vida diferente, de menos trabajo, pues los robots harán gran parte de las labores.
Será un esquema en el que los modelos de consumo serán menos intensivos, en busca del Bien Ser con menos; un estilo de vida basado en imperativos éticos y morales más sólidos que los actuales, que incluya el ocio creativo en sus diferentes manifestaciones y en respetuosa convivencia con la naturaleza.
Cambios drásticos. Deberá pensarse, entonces, en cómo hacer para modificar los esquemas de disfrute de la riqueza generada por los bienes de producción de bienes y servicios, lo que puede incluir cambios drásticos en los modelos de propiedad, mecanismos tipo vouchers o accionarios para los stakeholders de las empresas o la acción del gobierno por la vía tributaria y de gasto público, como ya se hace con éxito en Escandinavia y otras latitudes, así como por medio de combinaciones diversas.
Parte del desafío es no perder la noción de la productividad y la competitividad, conforme los parámetros vayan evolucionando; que la insustituible y necesaria emprendeduría no se limite, pero que se reoriente.
Asimismo, habrá que hacer evolucionar los formatos educativos hacia aquellos que disminuyan la concentración actual en preparar a los humanos para producir tradicionalmente y consumir conspicuamente, para prepararlos más bien en la bella tarea de su propio desarrollo, que va mucho más allá del simple mejoramiento en los niveles de consumo y confort a que una gran parte de la sociedad moderna aspira, lo que no es ilegítimo, pero si insuficiente, al dejar de lado el desarrollo de la condición humana.
Es un imperativo una educación que fomente la creatividad en todas sus dimensiones y facilite su concreción en lo tangible, lo que ayude a un mejor aprovechamiento de los dinámicos recursos tecnológicos, así como en lo sutil.
Bienvenida la robotización, siempre y cuando se den las transformaciones que la hagan factor de desarrollo para todos.
El autor es comentarista.