Es notorio que el sistema educativo público, desde preescolar hasta la secundaria, está en crisis. Propios y extraños aceptan que los centros educativos no responden a las demandas del siglo XXI.
La gestión administrativa y la oferta académica del Ministerio de Educación (MEP) se contraponen a la realidad social y económica. En general, el modelo educativo se quedó anclado en el siglo anterior y no satisface las demandas de una era globalizada y tecnológica.
La catedrática sueca Inger Enkvist, en su libro La buena y la mala educación, ejemplos internacionales, pone en evidencia aciertos y errores de sistemas educativos del mundo; en ese sentido, Costa Rica reúne las características de un modelo anacrónico e ineficaz, sostenido gracias al trabajo arduo de los buenos docentes y funcionarios del MEP.
Muestra la autora que el “milagro” finlandés tiene como pilares la excelente escogencia, preparación y seguimiento de los educadores, la no aceptación de un estudiante que pueda molestar a los otros compañeros o que simplemente no estudie.
Mientras, Costa Rica plantó como bandera la idea del pobrecito y entonces algunos mediocres educadores o estudiantes siguen campantes dentro de un sistema colapsado, en contra de los alumnos esforzados y de los maestros exigentes.
Por otro lado, la gestión administrativa del MEP está obsoleta, desde los nombramientos y sistema de pagos hasta el sistema de juntas de educación. La infraestructura y la conectividad se tiñen de improvisaciones y hay dudosos manejos de los recursos públicos.
Mientras los países líderes emprenden cambios profundos, nosotros seguimos un modelo educativo que reparte pobreza y desigualdad.
Los modelos educativos asiáticos fomentan la excelencia de los educadores, no toleran la indisciplina ni el ausentismo, promueven la sana competencia entre escuelas y colegios, diagnostican y miden los saberes mínimos de cada nivel y subrayan la responsabilidad propia de cada estudiante y familia; Latinoamérica, y propiamente Costa Rica, va en sentido inverso.
Está claro que los sistemas educativos líderes globales entendieron que las materias son lenguas, esto quiere decir que el buen desarrollo de la comprensión lectora y el pensamiento crítico se forma a través de todas las materias del currículo; un robusto y exigente programa de matemáticas y ciencias es posible mediante el trabajo interdisciplinario.
Resulta paradójico que en primaria permitan el uso de la calculadora o que los niños puedan tener las tablas de multiplicar al lado, una aberración cognitiva que nos está pasando la factura. Las adecuaciones curriculares se masificaron hace dos décadas y desde entonces dejamos de lado a los estudiantes que verdaderamente necesitan apoyo.
La lectura, la resolución de problemas y el pensamiento crítico se han descuidado; el facilismo propiciado por intereses políticos e ideológicos mina la autoridad de los buenos docentes, y con directores ocupados en asuntos administrativos pusimos la parte académica en el último lugar de las prioridades.
Los países líderes en educación seleccionan con enorme cuidado a sus docentes y mucho más los puestos de liderazgo. Para ellos, un director de escuela o supervisor de distrito debe ser lo mejor de lo mejor, venido de una amplia y reconocida experiencia en el aula. Nuestro anacrónico sistema de concursos y pagos, en contraste, consiente que un asesor especialista o un director gane menos que un profesor a tiempo completo.
Fruto de las improvisaciones y los cálculos políticos, Costa Rica escogió el camino incorrecto en materia educativa y no supo canalizar su gran inversión en educación.
El decil con ingresos más altos puede pagar la educación privada y no mira como suyo el grave problema de gestión que carcome el sistema público.
Costa Rica debe hacer un cambio total en el modelo educativo, que debe comenzar con un acuerdo nacional que posibilite primero el cambio de las potestades y funciones del Consejo Superior de Educación; luego, del organigrama del MEP, el papel de las juntas de educación y administrativas y de las direcciones regionales y circuitos, sistema de nombramientos y pagos y otros.
Con esto ordenado, emprenderá una mejora en la oferta educativa y, en fin, colocará a los buenos educadores y estudiantes en el primer lugar de las prioridades.
Deponer intereses, eliminar ocurrencias y despolitizar al MEP serán verdadera la ruta para ponernos en la lista de países con buena educación.
El autor es educador.