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Buses: la caballerosidad es un pasajero en jaque

Algunos de esos machos optan por simular que duermen, o que van muy concentrados en la pantalla del celular, o que no escuchan nada debido a los audífonos

Fueron mis padres quienes me enseñaron, durante la infancia, que un caballero le cede siempre el asiento a una dama en un bus repleto de pasajeros. Se trata de una jugada elegante y cortés en el ajedrez de la urbanidad.

Mi tata me inculcó esa lección con su ejemplo. Fueron muchas las ocasiones en que lo vi ofrecerle su campo a una joven, una señora o una anciana. Así era mi querido viejo: refinado como un alfil.

Asimismo, mi mamá me instó, en múltiples viajes en autobús, a levantarme del asiento para que lo ocupara una mujer. Así es mi madre, toda una reina de la solidaridad y la generosidad.

Lamentablemente, esos movimientos nobles y educados son cada vez menos frecuentes en el tablero del transporte colectivo de personas. No me lo han contado ni lo supongo; he sido testigo de esta triste metamorfosis social desde hace varios años.

Hoy, es frecuente viajar en buses de rutas urbanas en los que la caballerosidad es un pasajero que ha sido puesto en jaque; es decir, bajo ataque o amenaza, según la jerga de ese juego de mesa en el que prima la estrategia.

Una y otra vez constato cómo bastantes hombres ejecutan en los “camiones” una jugada parecida al gambito del ajedrez, movimiento que consiste en sacrificar, al inicio de la partida, un peón o alguna otra pieza, para lograr una posición favorable. En el gambito del transporte público, muchos varones sacrifican, desde el inicio de la ruta, la cortesía para apoderarse de un asiento al que no renuncian por ninguna razón. La caballerosidad en jaque.

Es por eso que abundan los autobuses en los que a diario se aprecian muchas damas de pie y una importante cantidad de hombres sentados, incluso en los asientos preferenciales, supuestamente reservados para personas de la tercera edad o con una capacidad especial, y mujeres embarazadas.

He observado que algunos de esos machos echan mano a varias tácticas burdas en su afán de eximirse de la caballerosidad; entre ellas, simular que duermen (agotados como los peones del ajedrez), aparentar que están tan concentrados en la pantalla del teléfono móvil que no pueden ver lo que ocurre a su alrededor (como los cuatro caballos del llamado deporte ciencia, pero con anteojeras) y fingir que no escuchan nada debido a los audífonos que taponan las entradas de sus orejas (sordos como las torres de este juego de tablero cuyas partidas pueden durar desde unos cuantos segundos hasta varios días).

También hay pasajeros que no apelan a ningún recurso histriónico, pues, al parecer, los tiene sin ningún cuidado la cortesía y lo que los demás piensen de ellos. Cada vez que veo personajes de este tipo, típicos “¡porta’mí!”, me pregunto si tendrán esposa e hijas y, de ser así, si les gustaría que ellas sean tratadas con respeto y consideración.

A mí me resulta imposible no pensar en mi madre, cuñadas y sobrinas en cuanto detecto a una mujer que viaja de pie. De inmediato, escucho las voces de papá y mamá recordándome que un caballero le cede siempre el asiento a una dama en un bus repleto de pasajeros.

En esos instantes, evoco también el rostro de la señora que tuvo la gentileza, hace unos seis o siete años, de cederme su asiento en un bus apenas notó que yo no me sentía bien. ¡Elegante y cortés jugada en el ajedrez de la sana y civilizada convivencia humana!

No voy a aventurarme, en estas líneas, a especular sobre las posibles razones por las cuales la caballerosidad se ha convertido en un pasajero en jaque a bordo de los autobuses. Prefiero invitar a mis semejantes hombres a hacer lo que esté a su alcance en pro de que la cortesía y la elegancia ganen la partida en el tablero del transporte colectivo de personas.

De nosotros, pasajeros masculinos, depende evitar el jaque mate.

josedavidgm2020@gmail.com

José David Guevara Muñoz es periodista.

Ajedrez
Ceder el asiento a una dama en un bus repleto de pasajeros siempre ha sido una jugada elegante y cortés en el ajedrez de la urbanidad. Foto: José David Guevara (Cortesía: José David Guevara/Cortesía: José David Guevara)

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