Cantares fue una agrupación musical que dio durante más de cuarenta años nuevas posibilidades a la interpretación de composiciones anónimas y un repertorio dotado de poesía y alto sentido estético.
Tal como lo registraron en el sobre de su primer disco, buscaron ser fiel “espejo” del pueblo costarricense; fue un cuarteto integrado por Aurelia Trejos (soprano), Fernando Mena (tenor), Dionisio Cabal (barítono) y Juan Carlos Mena (bajo).
Confieso que no soy profesional de la música, y escribo el recuerdo del adolescente que fui y presenció algunos de sus exitosos conciertos en el Teatro Nacional, el Teatro Melico Salazar, el Teatro al Aire Libre del Museo Nacional o la Sala Garbo. Sé que también hicieron giras al extranjero en las que fueron acogidos por un público exigente y dejaron muy en alto el nombre de nuestro país.
Acaso este grupo es una herencia de los madrigales renacentistas y barrocos, en el que se presentaban de tres a seis voces a capela, acompañadas de algunos instrumentos, y que difundían composiciones profanas, muchas de ellas de carácter popular.
Sus ecos llegaron a Latinoamérica, y como muestra de ello puede recordarse las grabaciones que, en las décadas de los setenta y ochenta, realizaron el Cuarteto Zupay o Los Arroyeños en Argentina.
Gracias a los arreglos musicales de Fernando Mena, se logró acoplar la polifonía de voces, de tal manera que cada canción resultó una esmerada muestra del sentir de la diversidad cultural costarricense.
Se recordó así la tradición de los mantudos y payasos, y por eso oíamos “Ahí viene la mascarada del genial don Pedro Arias, que viene con sus figuras a alegrar la muchachada en la fiesta migueleña de Escazú. ¡Ay, qué gozada!”.
Con la cadencia de una canción de cuna, se podrá también entonar “Si yo tuviera un cinquito por cada lágrima tuya pa’ comprar un ternerito y un mecate de cabuya”. O bien, se rememoró una recopilación de Emilia Prieto, y se recordó a los arrieros de ganado que salían de madrugada.
La expresión cultural de una nación no puede reducirse a hablar de sí misma, por eso, en el repertorio de Cantares, se incluyeron composiciones de Cabal, en el que se ofrecieron nuevas perspectivas de personajes como Galileo Galilei “inventor era su oficio, siempre fuera de la ley” o un Quijote que cabalga por diversos caminos, fuera de su España natal, como un ser vigente y necesario.
Lejos de ofrecer una visión pintoresca y complaciente de la nación, el grupo Cantares supo hacer denuncia sin perder la calidad estética, y sin olvidar que el fin último del artista es el de crear conciencia y belleza al mismo tiempo.
Según la composición de Dionisio Cabal, se cuenta la historia de Marta y Manuel, “que se casaron un día 23, parroquia del Carmen, ciudad San José” y se relata que cuando “una viga enorme de pronto cayó”, cobró la vida de Manuel, y de esa manera terminó “la historia normal de tantos obreros de la capital”.
Anticipándose a los movimientos reivindicatorios feministas, estas voces sostuvieron que “Carga de muchos siglos la mujer lleva esclava del esclavo que se lamenta”. Y también lograron representar el sonido de la máquina de la locomotora que va hacia puerto Limón repitiendo “Mucha carga, poca plata”.
Supo Cantares también ofrecer sentidas versiones de composiciones muy conocidas, como La guaria morada de Gutiérrez y López y La patriótica costarricense, con el fervor propio de un himno nacional. En sus grabaciones y conciertos se percibía la observancia, el respeto y el amor hacia la dignidad del pueblo, y quisieron retratar sus amores, trabajo cotidiano, pasiones y desvelos.
Las nuevas generaciones deberían conocer su legado como manifestación viva de un país pequeño en extensión y rico en cultura. Hoy, sabemos del lamentable deceso de Dionisio Cabal (1954-2021), quien después de que el grupo se deshizo continuó componiendo y cantando. Y, por otra parte, Aurelia Trejos regresa al escenario, en la función virtual del mediodía del 27 de setiembre, en el Teatro Nacional. Sea ocasión para escucharla y creer que Cantares continúa siendo voz viva, y siempre renovada, de la música costarricense.
El autor es profesor de Literatura Infantil en la UCR.