Las primeras horas en el avión, después de la visita anual a mi familia en Costa Rica, son siempre las más duras. Son horas de nostalgia y recuerdos bonitos de una temporada disfrutada, de estrechar los lazos familiares característicos de nuestra cultura.
La primera vez que salí del país por el aeropuerto Daniel Oduber, en Liberia, como la mayor parte de los pasajeros son extranjeros, el personal de seguridad me dio indicaciones en inglés.
Al mostrarles mi pasaporte y responder en español, el aire inmediatamente cambió. El proceso resultó en una conversación de más de 15 minutos, después de revisar mi equipaje.
No había mucha gente en la fila, entonces, pudimos darnos este lujo. Hablamos de la cantidad de extranjeros que pasaban por ahí en esa época, sobre el clima especialmente caliente de aquella tarde guanacasteca en particular y un poco sobre mi experiencia de vivir fuera de Costa Rica.
Había mucha curiosidad por saber cómo era aquel lugar al que la mayoría de los extranjeros se dirigían tras el término de sus vacaciones en el país, a través de los ojos de una nacional, como ellos.
La verdad, les dije que, aunque estoy muy agradecida por las oportunidades profesionales y laborales que brinda el Viejo Continente, prefería mil veces el trato que recibía en ese aeropuerto.
Por fin, terminé bendecida y persignada por el personal. Nuestro país es lindo por dentro y por fuera, compuesto de gente amable y curiosa, un gran contraste cuando se vuelve a poner los pies en Europa, tal vez una región más fría tanto por su clima invernal como por el trato.
Costa Rica es siempre motivo de orgullo por su diversidad paisajística, su distinguida hospitalidad y su manera de comprender que la vida va más allá de la generación de riqueza.
Es también motivo de orgullo nuestra ardua labor y trayectoria histórica en materia de conservación, protección de los bosques y conciencia ambiental. Pienso que somos los guardianes de la biodiversidad designados a escala mundial, algo muy puro y valioso sobre el cual construir nuestra identidad.
Somos también defensores de la democracia y el Estado de derecho, y firmes creyentes en que la paz es suelo firme sobre el cual se construye un tejido social robusto para que florezca una economía sostenible y equitativa.
Creo firmemente que seguimos representando estas cosas en el escenario mundial y que tenemos en cuenta que la realidad del día a día es siempre mucho más compleja, cuyos matices hay que afrontar y sobre los que debemos reflexionar.
Podemos y debemos ser todo lo que describí, pero al mismo tiempo ser conscientes de que atravesamos difíciles encrucijadas nacionales e internacionales, y nuestras decisiones determinarán hasta dónde llegaremos como sociedad y país. El futuro es incierto y está a nuestra disposición para construirlo.
Nos enfrentamos a situaciones que lentamente erosionan nuestra confianza en el bienestar nacional, entre estas, inseguridad, discordias entre el Congreso y el Ejecutivo, y este último con los medios de comunicación, el alza en los precios, crecientes deudas (soberanas y privadas), influencia del narcotráfico, entre otras.
El corazón se estruja porque la mayoría siente que el país se nos va de las manos, y como individuos dentro de una población entera el sentimiento es, sobre todo, de impotencia. Especialmente, porque no nos sentimos verdaderamente representados por la clase política que posterga decisiones o las toma sin debida consideración sobre asuntos trascendentales, causa probable de las elevadas tasas de abstencionismo en los últimos procesos electorales.
¿Qué hacer para digerir tan amargo trago y cuidar lo que nos hace ser un caso exitoso de desarrollo, según instituciones como el Banco Mundial? Como derecho y deber cívico, nos toca ejercer el voto, ser una ciudadanía demandante de su clase política, involucrada a la hora de defender y velar por nuestro patrimonio nacional, incluidas las iniciativas culturales, riquezas naturales y oportunidades para crecimiento socioeconómico.
Nos toca demandar una educación holística e inclusiva, votar por gobernantes que tengan la inclusión financiera y tecnológica como prioridades para asegurarnos a la totalidad igualdad de oportunidades para sacar al país adelante, y combatir la tentación lucrativa del narcotráfico y la criminalidad.
Nos toca demandar diversidad y profundidad a los medios de comunicación en lo que publican en sus canales, con el fin de contribuir a una sociedad más informada, con una visión más amplia de la realidad nacional y de los acontecimientos en el exterior.
Esta es una carta de amor para un país pequeño con corazón grande, para un lugar de explosiones sensoriales que se rige con serenidad, un territorio estable con un futuro incierto.
Es una carta para que sepamos valorar lo que tenemos, empoderarnos para demandar y trabajar por la patria que merecemos y para que mantengamos un país digno de orgullo dentro de nosotros y en el exterior.
La autora es economista.