El celular como herramienta para el aprendizaje facilita la creación colectiva de conocimiento en las aulas. Ese dispositivo de pantalla táctil que amenaza con ser un distractor durante las lecciones, tiene la capacidad de que niños y jóvenes junto con sus profesores puedan cuestionar, innovar y proponer soluciones a los problemas de su entorno inmediato, si se logra pasar la barrera del mero entretenimiento y la banalidad de solo criticar a través de las redes sociales.
Es una lástima que en un país en donde hay más líneas celulares que gente (1,5 líneas por habitante, según la Superintendencia de Telecomunicaciones), el uso de la tecnología se limite a enviar y recibir mensajes, husmear en el vecindario de Facebook o incitar al morbo y la chota ante uno que otro video o “meme”. La educación de hoy tiene el desafío de motivar a ir más allá de esos usos básicos, desde la infancia.
El reto se logra a partir de una eficiente formación docente sobre el tema y de la creatividad conjunta entre estudiantes y profesores para hacer del celular un aliado en las lecciones. No se trata de elaborar manuales ni largas sesiones extenuantes para convertir al profesor en un gurú de la tecnología; se trata, tal y como dice el especialista estadounidense Marc Prensky, de que el docente sea un facilitador de la experiencia digital propiciando retos y discusiones, a partir del uso de nuevos dispositivos.
Rico aprendizaje. Convertir al celular en aliado del aprendizaje es permitir que los estudiantes compartan imágenes y videos que respalden sus argumentos sobre un tema de discusión, obtener datos actualizados para enriquecer un debate, localizar un hecho histórico, publicar denuncias y soluciones a problemas comunales y generar consultas básicas en el diccionario para evitar tanto horror de ortografía.
La gama de aplicaciones móviles disponibles ofrece evaluaciones de forma inmediata a procesos de lectoescritura, comprensión de textos, enseñanza de las matemáticas, ciencias y artes; mediante juegos, trivias y textos que están al alcance de un clic. La tecnología funciona como aliada en la medida en que, desde la educación, se enseñe a pensar que el “teléfono inteligente” no debe convertirnos en autómatas incapaces de poner en marcha nuevas ideas.
El aparato por sí solo no genera ningún beneficio. Un celular subutilizado es tan inútil como un cuaderno de cien hojas que el estudiante dejó vacío durante su curso lectivo.
Buen uso. Cuando la tecnología se usa para bien, sus efectos podrían causar sorpresa entre quienes se aferran al uso de los métodos tradicionales. Una investigación de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco, por sus siglas en inglés) concluye que el uso adecuado de la tecnología produce motivación en los alumnos, incentiva la creatividad en el aula, disminuye los índices de deserción y favorece el desempeño académico.
En Costa Rica, la ministra de Educación, Sonia Marta Mora, instó desde el 2016 a incluir dentro de los planes académicos el uso de dispositivos móviles para actividades pedagógicas dentro de las aulas, y así responder a los cambios tecnológicos que demandan las nuevas generaciones.
Ejemplo de estas buenas prácticas es Tecno@prender: una iniciativa costarricense que impulsa el MEP para fomentar la inclusión de las tecnologías móviles, desde la edad preescolar con el acertado argumento de que el trabajo con multimedia (imagen, sonido y movimiento) apoya el desarrollo de las habilidades lingüísticas, lógico-matemáticas y sociales del estudiantado.
Oponerse al uso del celular en las aulas nos encierra en una caverna de conformismo educativo en donde se impone una falsa disciplina vinculada con el silencio del alumno. Sería censurar una forma creativa y contemporánea de manifestación del estudiante y seguir en la época de los decomisos a cambio de orden. La represión nunca ha dado buenos resultados.
Despertar interés. La educación del siglo XXI sugiere un modelo más horizontal, donde el profesor comparte ideas con sus estudiantes, intercambia conocimientos, motiva el debate, pero no tiene el deber de saberlo todo. Su autoridad se traza a partir de la capacidad de despertar el interés del estudiante en investigar sobre nuevos temas, de ser autocríticos y, a la vez, criticar constructivamente en ese proceso de aprendizaje, desde la infancia y hasta llegar a la universidad.
Sin embargo, la tarea no es solo del centro educativo. Educar con el celular como aliado también supone un reto para el hogar. Los padres de familia deben ser conscientes de que entregarles a sus hijos una herramienta tecnológica conlleva responsabilidad.
No hay que utilizar la tecnología como un artículo para que los menores se distraigan mientras a los adultos les absorbe el ajetreo rutinario. Si se logra que tengan una aproximación responsable con la tecnología, con supervisión y retos educativos, se está generando una ventaja para el futuro.
Motivación y compromiso son dos requisitos básicos en los procesos de aprendizaje y, en este sentido, Prensky propone que las clases mediadas con celulares incorporen en su dinámica una realimentación inmediata, posibilidades de “subir de nivel” o superarse: la misma ecuación que motiva y compromete a los niños y jóvenes con sus videojuegos favoritos.
Si queremos llevar la batuta en la educación del siglo XXI, tenemos que adaptarnos al lenguaje y las costumbres de este. Cuanto más se integre en la escuela este tipo de prácticas, se corre menos riesgo de quedar aislados de las nuevas formas de aprendizaje que demandan niños y jóvenes, para quienes el celular es una extensión de su organismo, vital para aprender y comunicarse.
El autor es periodista.