Los libros de educación y la historia costarricense no cuentan como se merece que cuando corría el año 1923, el 12 de octubre, en horas de la mañana, en el gimnasio del Colegio Superior de Señoritas, todo era alegría, carreras y también algo de tensión.
El presidente de la República Julio Acosta y su esposa, Elena Gallegos, estaban por ingresar al recinto y también otras personas invitadas. Las jóvenes estudiantes y las profesoras se habían esmerado para que todo saliera a la perfección; la convocatoria lo ameritaba. Hubo actividades culturales y deportivas, y todo estuvo listo al fin. Se respiraba un ambiente de fiesta, y no era para menos.
Las convocaba la convicción más profunda de que las mujeres son seres humanos y, por tanto, esta condición inalienable las facultaba a aspirar y lograr el derecho al voto, y, con ello, caminar hacia la igualdad y la equidad.
Ellas llevaban mucho tiempo organizando la resistencia contra un sistema que insistía en mantenerlas al margen. Ellas sabían que la patria necesitaba la fuerza de las mujeres para lograr una democracia participativa en una sociedad que excluía a muchos, entre los principales sectores estaban en primera línea las mujeres, los pobres, los locos, los que no tenían bienes, los que carecían de instrucción. Era una democracia a medias.
Voto para las mujeres
Los ecos de un movimiento mundial habían llegado hasta nuestra patria, y aquí tuvieron terreno fértil y propicio para germinar y crecer. La Liga Feminista se creó como una filial de la Liga Internacional de Mujeres Ibéricas e Hispanoamericanas. La célebre frase “vote for women” recorría los continentes y se constituiría en una fuerza imparable.
El mundo se aprestaba a dar un salto cualitativo y cuantitativo, las mentes más brillantes y sus fuertes personalidades tenían años de organizar mitines, recoger dinero, tirarse a las calles, escribir artículos, cartas y telegramas para las autoridades y los principales periódicos de la época.
También conversaban entre ellas y, de una en una, fueron montando un proselitismo sin precedentes en el país. Hacían actividades culturales, reuniones, discusiones, recogieron firmas de apoyo en todo el territorio nacional.
Los archivos y la biblioteca nacional guardan los pliegos firmados por las sufragistas. La efervescencia venía desde años atrás, cuando la muchachada y las maestras propiciaron la caída del oprobioso régimen dictatorial de los Tinoco. Las alumnas del Colegio Superior de Señoritas y sus profesoras estuvieron al frente de la muchedumbre. No cedieron contra el yugo opresor y lograron la victoria.
Ejercieron un activismo inteligente y bien estructurado, así fue como lograron reunir a liberales, socialistas, comunistas y feministas, y aglutinaron un movimiento social que todavía hoy, a 100 años de su conformación, sigue presente, recordándonos que sí se puede empujar y cambiar los derroteros dados por los mandatos culturales, que nada está escrito en piedra cuando de derechos humanos se trata y el reto es avanzar y mejorar, no lo contrario: ignorar y retroceder en los avances del Estado social de derecho.
Mujeres beneméritas
También investigaron e hicieron muy serias denuncias, muchas llevaban años de estudio y lectura, habían hecho grandes sacrificios para tener acceso a la educación, negada en esa época por su condición de ser mujeres, como en el caso de la insigne precursora Ángela Acuña Braun, quien tuvo que enfrentar un sistema de odiosa discriminación para estudiar Derecho.
Esas mujeres, hoy muchas de ellas beneméritas de la patria, dedicaron años al estudio, a la búsqueda, al diálogo, al crecimiento, a la escritura. Forjaron su temple como el acero. Las burlas y las críticas no aminoraron su ánimo. Creo que, por el contrario, las fortaleció, recogieron firmas, enviaron telegramas, todas las provincias se unieron, porque las maestras constituían una red nacional.
Caminaron por el centro de San José y empapelaron los ventanales con pancartas exigiendo el derecho al voto. Entonces, las vendedoras de puros, las amas de casa, las sombrereras empezaron a ver y escuchar otro discurso.
Muchas sabían que las mujeres sí podían porque había gran cantidad de madres no acompañadas por los padres, entonces, las lavanderas del barrio Carit, las empleadas domésticas, sabían que algo nuevo estaba en ciernes.
Esta lucha significó un baño refrescante de autoestima para las mujeres, marginadas de las estructuras de poder. En la panadería, en la pulpería, en los barrios, en las familias, empezaron las importantes discusiones para la conciencia nacional, se avanzó y así quedó demostrado años más tarde.
Liderazgo femenino
La nación no volvería a ser la misma, nunca más. Luego vendrían largos años de lucha —1925, 1929, 1931, 1932, 1934, 1939— para nombrar solo en los que se trató de hacer la reforma legislativa a favor del voto de la mujer.
La Liga Feminista tuvo el mérito de constituirse en el primer espacio de encuentro, búsqueda y lucha de las mujeres costarricenses y habitantes del país. Fue quizás el germen de organización más eficaz del siglo XX, liderado por las mujeres y encabezado por ellas.
El movimiento se esparció por Europa y nuestra América. Era la hora de que a las mujeres se les reconociera la igualdad, como principio jurídico, ni más ni menos. La igualdad jurídica significa el reconocimiento de la dignidad que como seres humanos tenemos las mujeres, algo obvio, pero a menudo ignorado.
A cien años de la constitución de la Liga Feminista, el país continúa modificando leyes y emitiendo directrices para hacer realidad este principio. Me satisfizo escuchar a la magistrada presidenta del Tribunal Supremo de Elecciones, Eugenia María Zamora Chavarría, anunciar que, por primera vez en la historia, en las próximas elecciones municipales se aplicará el principio de paridad horizontal y vertical.
Uno de los principales avances normativos del siglo XX lo contiene la Ley de Promoción de la Igualdad Social de la Mujer (1990), que terminó con este nombre por la resistencia de los padres de la patria que estaban horrorizados de que las mujeres alcanzáramos la igualdad jurídica, que es la precisión conceptual que no se realiza por miedo o desconocimiento.
Después de esta ley, hubo cambios sustantivos en la forma como los partidos políticos deben incluir a las mujeres en las papeletas electorales.
Nuestras feministas sostuvieron la bandera morada, blanco y verde en sus manos, sin asta pero en alto. Esa fue la grandeza de las sufragistas costarricenses y del mundo, ¡nunca se rindieron y nosotras tampoco!
La autora es abogada y escritora.