Es evidente que algunas decisiones y acciones de la actual administración, así como las diatribas semanales de Rodrigo Chaves, tienen un claro propósito político electoral.
Su reiterativo llamado para que los ciudadanos voten en las próximas elecciones por una mayoría calificada en la Asamblea Legislativa es una muestra contundente de su intención de favorecer a la agrupación política que él definirá como de su preferencia para el 2026 y de liderarla posteriormente.
La referencia y el mensaje explícito de Chaves sobre el próximo proceso electoral podría constituir una violación a la prohibición expresa que tiene en su calidad de presidente de la República, aspecto que deberá dirimir el Tribunal Supremo de Elecciones (TSE), dadas las denuncias en su contra por beligerancia política.
Al mejor estilo del tan criticado “ciclo electoral” de otros tiempos, mediante millonarias campañas publicitarias y con decisiones populistas promocionan a algunos de sus jerarcas, los que probablemente podrían figurar como candidatos en la fórmula presidencial o en las listas para diputados.
Pero la estrategia del chavismo tiene, además, la finalidad de excusar el fracaso de su gestión gubernamental y de convencer a la ciudadanía de que no ha podido cumplir con sus promesas de campaña por no tener el apoyo incondicional de una mayoría de diputados.
Argumento falaz
Este argumento es una falacia si consideramos que desde hace varias décadas ningún gobierno ha contado con una fracción legislativa de mayoría absoluta y; sin embargo, han podido aprobar leyes de gran importancia y trascendencia para el país, utilizando herramientas propias de la democracia como el diálogo y la negociación política.
Si bien es cierto que un congreso multipartidista dificulta la gobernabilidad, en un sistema democrático esos escollos pueden ser superados con el diálogo respetuoso que permita lograr acuerdos entre las diversas fuerzas políticas.
Recordemos que el gobierno anterior de Carlos Alvarado —el cual contaba con una fracción afín muy similar en su número a la de la actual administración— logró aprobar un polémico plan fiscal, cuyos frutos —aunque no lo reconozcan las actuales autoridades— favorecen las finanzas públicas del presente. Para ello fue necesario un respetuoso proceso de diálogo y negociación fomentado por el gobierno con todas las fuerzas políticas representadas en el Congreso.
Antes, tras el referéndum que aprobó el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, en el 2008, el gobierno de Óscar Arias debió someter al trámite legislativo una buena cantidad de leyes necesarias para la implementación del tratado, algunas de las cuales requerían ser aprobadas por mayoría calificada, como la derogatoria del monopolio de las telecomunicaciones, lo que fue posible por la capacidad política de los gobernantes de entonces.
Por otro lado, los fracasos de las rimbombantes “rutas” del arroz, de la educación y de la salud, son solo unos pocos ejemplos de políticas públicas cuya responsabilidad solo puede atribuírsele al gobierno y a nadie más.
El gobierno es el único responsable de la pésima gestión en el suministro de agua potable y de la ineficiencia para combatir la criminalidad y el narcotráfico.
También es responsabilidad del presidente y de su equipo la falta de pericia en la elaboración de proyectos de ley que han sido enmendados por los diputados y en la torpeza de un sinnúmero de decretos ejecutivos que no han pasado el filtro de legalidad o constitucionalidad.
Durante treinta y dos meses, para disimular la ineficiencia de su liderazgo, su inexperiencia política, los desaciertos y la falta de capacidad del equipo gubernamental, Chaves se ha dedicado a culpar injustamente a otros, como a los diputados, magistrados y la contralora, con afirmaciones falsas, con posverdades y una buena dosis de insultos.
Es una realidad que, si en lugar de la confrontación y el bochinche cotidiano el presidente Chaves hubiera optado por el diálogo y el respeto, podría haber logrado acuerdos de importancia y trascendencia para el desarrollo del país y el bienestar de sus habitantes, como lo hicieron sus predecesores.
El autor es exembajador.