De la parafernalia desatada tras el fallecimiento de Hugo Chávez, me ha sorprendido un comunicado de la Unión Evangélica Pentecostal Venezolana. El documento, firmado por pastores y personeros de organizaciones paraeclesiásticas, se titula “¡Queridos hermanos, queridas hermanas! ¡Ánimo! ¡El presidente Chávez ha resucitado!”. Un texto que, si bien en un nivel de análisis puede comprenderse como una pieza de comunicación política, en otro, por la densidad de su contenido religioso, merece comentarse en clave teológica. En todo caso, sin la comprensión de las implicaciones teológicas del texto, no es posible entender su alcance comunicacional.
El chavismo ha tenido dificultades para institucionalizarse. Ha tejido una formidable red clientelar en amplias mayorías fidelizadas (no emancipadas) del pueblo, pero su acentuado personalismo le impidió perfilar y hacer visibles otros liderazgos capaces de tomar la estafeta cuando el líder faltara. Ahora tienen que crear otro líder (y ampliar el relato para darle cabida), porque nadie que no sea Chávez puede ser Chávez. Eso toma tiempo. La oposición, en cambio, tiene un candidato fuerte. Como la Constitución imponía la necesidad de ir a las urnas si Chávez no resistía un poco más, él y su entorno hicieron todo lo posible por continuar, pero una vez que fue pública la muerte del Cid, había que resolver el problema del relevo.
Mesianismo. La estrategia, consolidar la construcción mesiánica que de Chávez había iniciado el chavismo, potenciándola hasta el paroxismo con el martirio. La táctica, convertir la muerte de Chávez en un asesinato. Sacarlo de la cama y subirlo a la cruz. No era fácil. Chávez fue un militar golpista y presidente derrocado, siempre presto a rendirse. A diferencia del Che o de Allende, él reculó en la hora de su inmolación. La brusquedad de su verbo era inversamente proporcional a su coraje, y eso había que resolverlo. Maduro, horas antes de anunciar el deceso, denuncia el envenenamiento. De enfermo de cáncer, pasa a ser mártir crucificado y, minutos después, caído en combate. La cobardía de su vida quedaba cubierta con la mentira sobre su muerte. Así, Maduro dio inicio a la campaña electoral. Una, en la que el Gobierno deberá prolongar el luto y excitar la devoción. Que el pueblo vote bajo la mirada doliente del crucificado, de eso se trata.
En ese marco debe entenderse el comunicado de los líderes pentecostales. El texto bíblico que desarrolla, hábilmente escogido, es el del camino a Emaús. Dos discípulos deprimidos y decepcionados tras la muerte de Jesús, se lo encuentran (sin reconocerlo) en el camino. Él no les revela su identidad, pero les hace ver que lo ocurrido no fue accidental, ni la frustración de sus expectativas, sino un sacrificio necesario del que, en vez de derrota, debían cobrar ánimo y asumir su misión. Solo cuando logran comprender eso, se les abren los ojos y pueden reconocer en su interlocutor al Señor resucitado. Un texto de reencuadre para la movilización: darle a una derrota el sentido de victoria, levantar el ánimo de la tropa de cara a la batalla que se avecina.
El documento dice que Chávez, como Jesús, fue asesinado por el Imperio. Evocando la lectura mateana de Isaías, dice que “Chávez es una luz excepcional que hizo Dios brillar en medio de aquella oscuridad que se había tragado” a Latinoamérica. Que ahora, cuando el imperialismo celebra su muerte “sale la verdadera iglesia profética gritando a voz en cuello: ¡el presidente Chávez ha resucitado!”. De modo que “tu presidente amigo, tu presidente hermano, sigue con nosotros, se encuentra en medio de nosotras, no nos ha abandonado. El presidente Chávez es una luz en el firmamento, una luz que no se apaga, sigue brillando con intensidad a través de toda su obra, sólo tenemos que abrir los ojos y verlo vivo, sonriente y optimista en esas señales visibles del Reino de Dios que llamamos las misiones”.
Las misiones, en efecto, son las obras del resucitado, que, por esa misma razón, se convierten en la tarea que deben continuar sus discípulos, bajo la guía del vicario Maduro (que no en vano juró su inconstitucional cargo en nombre de Chávez). Así, sigue el texto, la “partida del presidente Chávez hacia su inmortalidad no es de ninguna manera la debilidad nuestra, porque todos y todas somos Chávez, con él viviremos y seguiremos. El liderazgo nacional de la Unión Evangélica Pentecostal Venezolana hace un llamado a toda su militancia... a reforzar su compromiso con este bravo pueblo... que junto con su presidente resucitado, vivo en el corazón del pueblo, sigue caminando hacia la meta soñada... Gracias, Señor, porque nos diste a Chávez”. Exclamación que recuerda aquel “Franco, Caudillo de España por la gracia de Dios”.
Teología de la Liberación. A nivel teológico son varias las cuestiones abiertas. Pareciera que el chavismo ha reanimado y quizá reencauzado (negativamente, pienso), la teología latinoamericana de la liberación. Chávez llegó a decir que su proyecto político se inspiraba en esa fuente espiritual. Frei Betto ha interpretado el surgimiento de gobiernos como el de Chávez, como resultado del trabajo de las comunidades eclesiales de base, y Juan José Tamayo ve “afinidades entre el cristianismo liberador y la revolución bolivariana”.
Lo cierto es que la Teología de la Liberación desde hace décadas enriqueció sus reflexiones y agenda, sumándose a los feminismos y, en general, a sus reivindicaciones por la superación de distintas manifestaciones de opresión patriarcal. La íntima amistad y respaldo de Chávez a violadores sistemáticos de mujeres y de sus derechos humanos, como Gadafi, Ortega, Putin y Ahmadineyad, debería, al menos, propiciar un debate al respecto.
El párrafo final del documento cambia de interlocutor y habla directamente al difunto: “Y a ti, Comandante. Gracias porque nos re-encantaste la vida... gracias a tu admirable esfuerzo no estaremos solos ni solas. Te quedas en nuestros corazones Comandante, te quedas en nuestro amor sincero y profundo, te quedas en nuestro grito... Te deseamos el más dulce y placentero descanso eterno. Hasta la victoria siempre, comandante”. Cuesta imaginar cómo los miembros de esas Iglesias habrán recibido esta parte. No solo porque lo que podría entenderse como licencia poética, en esos contextos se repudiaría como diálogo con los muertos (inaceptable en la tradición protestante), sino porque el texto interpreta la resurrección en términos estrictamente simbólicos, algo contrario a las interpretaciones tradicional y evangélica de la resurrección, cuya esperanza es en una resurrección física y no en un descanso eterno. Una comprensión liberal de la resurrección extraña, incluso, a la que realizan teólogos de la Liberación como Moltmann y Sobrino.
Un texto, en suma, comunicacionalmente impecable y teológicamente deplorable. Siendo válido y necesario que los cristianos se involucren en política, deben siempre tener presente que ni el ocaso del statu quo ni el alba de la revolución, merecen la devoción de quien haya decidido seguir a Aquel que es alfa y omega de la historia. Y tener muy presente la advertencia de Calvino: “El corazón humano es una fábrica constante de ídolos”.