No cabe duda de la importancia y los beneficios de la ciencia, la tecnología y la innovación para la sociedad. Estos conceptos esenciales e interrelacionados se reconocen como factores básicos que orientan, promueven y contribuyen a construir, de formas más sustentables, el progreso, el crecimiento económico, el desarrollo humano y, en general, el mejoramiento de la calidad de vida.
Según la encuesta Percepción social de la ciencia y la tecnología en Costa Rica, presentada por el Ministerio de Ciencia, Tecnología y Telecomunicaciones (Micitt) en diciembre del 2020, la población favorece y confía en los beneficios de la ciencia, pero acusa desinformación y dice desconocer la situación, los avances y productos de la ciencia en el país.
Algunas de esas percepciones van más allá de una simple opinión dubitativa, pues agregan valoraciones de descrédito a la ciencia y a quienes se dedican a ella.
Mayor preocupación y resonancia mediática alcanzan este tipo de percepciones cuando atañen a políticos o, como ocurre con las actuales autoridades gubernamentales, que manifiestan suspicacias e incluso negaciones en ocasiones chocantes e indignantes sobre los aportes de la ciencia y la significación de las universidades públicas.
Es pertinente recordar la relación histórica del Estado con la ciencia, simbolizada en la proclama de José María Castro Madriz, en su condición de ministro de Estado, acerca de que la ausencia de ciencia solo trae rezago, dependencia y ruina a los sectores económicos y sociales del país (1844). Se trata de una cita harto repetida, pero muestra, desde muy temprano en la vida republicana nacional, indicios del interés político en la ciencia.
Investigación en la universidad pública
La investigación científica es el principal quehacer de las universidades públicas y constituye el motor retroalimentador de la docencia y la extensión o acción social, que juntas conforman las tres áreas académicas esenciales en las universidades públicas costarricenses.
En marcos de incertidumbre y de deberes y responsabilidades éticas y epistemológicas, la investigación científica se caracteriza como un proceso que aborda problemas y extrae inferencias para la comprensión y explicación de los fenómenos.
Los resultados de la investigación universitaria costarricense proporcionan conocimientos para el avance disciplinario y la solución de diversos problemas sociales, ambientales y económicos; para la toma de decisiones informadas y la obtención de nuevas preguntas y desafíos. También los resultados se publican en revistas especializadas y libros o se transforman en productos tecnológicos.
¿Es necesaria la investigación universitaria?
Se pueden plantear diferentes respuestas. Lo esencial es que permita desarrollar y profundizar las capacidades locales para afrontar nuestros desafíos y, con ello, disminuir la dependencia externa, además de fomentar la innovación y el talento en estudiantes y personal científico.
Las universidades públicas están compelidas a definir y priorizar políticas y líneas de investigación que incluyen diferentes situaciones problemáticas. Cada una de las disciplinas enfrenta desafíos y cuestionamientos por la orientación de sus líneas de investigación: cuánto responden a las necesidades de la sociedad, cómo encajan en la frontera de la ciencia.
En la actual coyuntura mundial, no se pueden obviar temáticas que exigen decisiones de atención urgente que afectan el país o de problemas que presentan altos niveles de complejidad y aún no han sido resueltos por la ciencia. Una de estas temáticas es el cambio climático.
Cambio climático
Costa Rica se encuentra en una zona geográfica de alto riesgo por variabilidad climática. El país está obligado a generar el conocimiento científico necesario e integral para comprender las complejidades y efectos adversos del cambio climático que se viene encima en lo inmediato y a corto y mediano plazo.
Es imprescindible estudiar de manera interdisciplinaria, y con la participación activa de los mismos actores, las amenazas que se advierten sobre los sectores productivos agropecuarios y, en consecuencia, ofrecer las recomendaciones que correspondan para la adaptación de los sistemas a las nuevas condiciones climáticas y contribuir a la seguridad alimentaria nacional.
Es muy difícil que otro país, sus universidades o instituciones científicas se tomen la molestia de venir a explicar y asesorar, en el momento oportuno, sobre las pautas de cómo adaptar las instituciones, empresas y las prácticas del sistema agroalimentario a la realidad del clima. Entonces, vale preguntarse si conviene a Costa Rica prescindir de sus programas de investigación y del personal académico y científico.
Popularizar la ciencia
¿Por qué la población nacional dice desconocer cómo evoluciona la ciencia en el país? A pesar de los esfuerzos, parece que las universidades todavía no logran ejecutar con éxito estrategias de divulgación para informar eficientemente a la sociedad: ¿Cómo divulgar, adecuada y sistemáticamente, sobre los avances y resultados científicos? ¿Cuál es el papel que debe desempeñar el personal científico? Es preciso popularizar la ciencia de modo que las personas aprovechen los conocimientos para mejorar su calidad de vida.
Esto implica, de alguna forma, contribuir a la cultura científica ciudadana. El uso adecuado de la información favorece las decisiones cotidianas y la desmitificación de que la ciencia solo está al alcance de personas muy cultas.
Ciencia ciudadana
La población puede aprovechar el conocimiento científico y participar de manera activa en su proceso de construcción. La ciencia ciudadana es una realidad. Las universidades públicas deben construir las aplicaciones necesarias para que la ciudadanía se comunique con el personal científico, conocer qué tipo de investigaciones se realizan en sus comunidades y, con el uso de apps, retroalimentar los mismos proyectos de investigación, desde su participación como informantes de encuestas, en fotografía y videos, hasta construir datos de sus observaciones, por ejemplo, sobre aves, plagas en cultivos, condiciones extrañas en suelos, ríos, playas, animales silvestres y domésticos; percepciones sobre movimientos sísmicos, cambios en el comportamiento de volcanes y ocurrencia de deslaves y deslizamientos de tierras, entre otros.
Daniel Rueda Araya es profesor jubilado y fue vicerrector de investigación de la Universidad Nacional.