ZÚRICH – Hace unas semanas, los líderes del G20 se comprometieron a trabajar juntos para hacer frente a una de las amenazas a la seguridad más urgentes y desconcertantes del mundo: la resistencia antimicrobiana (RAM), un adversario feroz y en evolución contra el cual las armas terapéuticas convencionales no sirven de nada.
La amenaza es concreta: las bacterias y otros microbios se están volviendo resistentes a los medicamentos disponibles mucho más rápido del tiempo que lleva desarrollar nuevos remedios. Cada año, los microbios resistentes a las drogas acaban con la vida de unas 700.000 personas en todo el mundo, más de tres veces la tasa de mortalidad anual por conflictos armados.
En el 2016, un panel especial comisionado por el gobierno británico predijo que en el 2050 unos 10 millones más de personas morirán de microbios resistentes a las drogas cada año. La RAM hoy plantea un peligro claro y presente para cada persona en el planeta. A menos que lo enfrentemos de inmediato, podríamos regresar a un mundo en el cual sea común que la gente muera de infecciones básicas.
Más allá del costo en vidas humanas, la RAM podría devastar las economías del mundo. Solo en Europa, los costos anuales de atención médica y las pérdidas de productividad asociados con la RAM ya alcanzan un total estimado de 1.700 millones de dólares.
El G20, por su parte, ha dado un paso importante. Cada país del G20 ha prometido sinceramente empezar a implementar planes nacionales para combatir la RAM, y hacer más para promover nuevos tratamientos contra los microbios resistentes. Con ese objetivo, los líderes del G20 reclaman la creación de un Centro de Colaboración de I&D internacional para “maximizar el impacto de las nuevas iniciativas de investigación básica y clínica de antimicrobianos”. Y han prometido explorar cómo se pueden utilizar incentivos del mercado para alentar la nueva investigación.
Más allá del G20, están surgiendo innovadoras asociaciones público-privadas que ofrecen nuevos tratamientos contra enfermedades mortales resistentes a las drogas como la tuberculosis. Y algunos gobiernos ya empezaron a desempeñar papeles críticos en la respuesta global a la RAM, recopilando datos sobre la propagación de cepas resistentes de E. coli, salmonela y otros patógenos comunes.
Ahora queda en manos de los líderes políticos cumplir con sus compromisos. Como no se espera que los nuevos tratamientos para microbios resistentes a múltiples drogas generen demasiado retorno sobre la inversión, es obligación de los gobiernos hacer que la investigación y desarrollo en este campo sea más atractiva para las empresas privadas y, a fin de frenar el desarrollo de la resistencia, asegurar que las nuevas drogas no se utilicen en exceso.
Cuando los mecanismos de mercado tradicionales no funcionan, instrumentos como “exclusividades del mercado de transferibles” pueden ayudar a permitirles a los fabricantes de medicamentos transferir los beneficios de propiedad intelectual de una medicina antimicrobiana a otra droga.
Además de las innovaciones en materia de políticas, hacen falta más colaboraciones en materia de financiamiento entre gobiernos e instituciones privadas. Cuando las instituciones privadas forman parte de estos esfuerzos de colaboración, deben estar preparadas para trabajar fuera de los límites tradicionales, aceptar los desafíos asociados con proyectos públicos complejos y estar dispuestas a llevar a la mesa sus capacidades, ideas y experiencia.
Para responder a la RAM, podemos valernos de algunas lecciones valiosas generadas por otros esfuerzos de salud pública globales. La malaria, que es causada por un parásito transmitido por más de 900 especies del mosquito Anopheles , es una causa importante de muerte en muchas partes del mundo. Pero ahora que muchos gobiernos e instituciones privadas han hecho de la lucha contra la enfermedad una de sus principales prioridades, el número de víctimas se ha reducido a la mitad en los últimos 15 años.
Aun así, el parásito que causa la malaria está desarrollando resistencia a la artemisinina, que constituye la base del tratamiento más efectivo: terapias de combinación basadas en la artemisinina. La resistencia a la artemisinina surgió por primera vez en Camboya hace poco más de diez años y, desde entonces, se ha propagado por Tailandia, Laos, Vietnam, Birmania y China. Hoy se está acercando a la India y los expertos están seguros de que terminará llegando a África. Según un estudio reciente, si permitimos que se propague la resistencia a la artemisinina, la malaria causará la muerte de por lo menos 116.000 personas más cada año.
A menos que contemos con nuevos tratamientos, el enorme progreso que ha hecho el mundo para combatir la malaria habrá tenido, lamentablemente, una corta vida. Por suerte, quienes están involucrados en la respuesta global a la malaria reconocen que de la misma manera que los parásitos se están adaptando, nosotros también debemos hacerlo. Hay nuevos esfuerzos en marcha destinados a identificar y minimizar la propagación de la malaria resistente, y al mismo tiempo desarrollar nuevos tratamientos libres de artemisinina.
Por ejemplo, la Iniciativa Regional sobre la Resistencia a la Artemisinina está trabajando para frenar la propagación de la malaria resistente en la región del Delta del Mekong, monitoreando y compartiendo datos de resistencia a las drogas, y promoviendo el uso apropiado de tratamientos contra la malaria. Hasta el momento, la iniciativa ha recibido 110 millones de euros a través del Fondo Mundial de Lucha contra el sida, la tuberculosis y la malaria, financiado principalmente por los gobiernos.
Es más, Novartis y Medicines for Malaria Venture (con apoyo de la Fundación Bill and Melinda Gates) iniciarán un nuevo ensayo clínico el mes próximo para poner a prueba la molécula KAF156, que podría conformar la base de un nuevo tratamiento contra las cepas de malaria resistentes a la artemisinina.
En el Foro Económico Mundial del 2016 en Davos, Suiza, 100 empresas (entre ellas Novartis) y asociaciones industriales firmaron la Declaración de Davos sobre la RAM. Bajo este compromiso, prometimos trabajar en conjunto con los gobiernos para frenar el desarrollo de la resistencia, aumentando nuestras inversiones en I&D y poniendo antibióticos de alta calidad a disposición de los pacientes que los necesiten.
Es de esperar que los planes de acción a nivel nacional del G20 nos ayuden a cumplir con estos compromisos. Pero los líderes políticos también deben encargarse de llevar las palabras a la acción. Necesitamos con urgencia más recursos para monitorear la resistencia, mayores incentivos de I&D y mecanismos de financiamiento innovadores que garanticen un acceso generalizado a diagnósticos precisos y medicamentos de calidad.
El mundo no puede permitirse perder la lucha contra la resistencia antimicrobiana. Ganar la batalla exigirá de una cooperación público-privada de gran escala, respaldada por un liderazgo político que haga de la salud pública global una de sus principales prioridades.
Jörg Reinhardt es presidente de la Junta de Directores de Novartis. © Project Syndicate 1995–2017