En el 2025 la dictadura cumplirá 18 años en el poder, haciendo a Daniel Ortega el segundo gobernante con más tiempo en la presidencia en América, detrás de su aliado Ralph Gonsalves, de San Vicente y las Granadinas. Después del 20 de enero, será el segundo más longevo después de Lula, quien es mayor por exactamente 15 días.
Aparte del dato anecdótico de la edad, lo grave son los 18 años en el poder, donde se han mantenido Ortega y Murillo, primero mediante fraudes y represión, y a partir del 2018, con altas dosis de violencia y muerte.
El efecto negativo y desestabilizador de la dictadura está a la vista. Desde el 2018, la represión desatada por el régimen ha provocado el exilio de más del 10 % de la población, y el régimen se ha convertido en un obstáculo para el desarrollo del país, e incluso una amenaza para la región por sus alianzas con regímenes autoritarios extrarregionales que no representan beneficios reales, como son China, Rusia e Irán, este último calificado por Estados Unidos como el principal Estado promotor del terrorismo en el mundo.
A pesar de todo esto, la oposición nicaragüense no termina de encontrar el camino para al menos comenzar a ver la luz al final de túnel. Después de que la rebelión de abril fue aplastada, y con ella la ilusión de salir rápidamente de la dictadura, la oposición que surgió de ese movimiento se centró con mucha esperanza en disputar el poder al dictador en las elecciones del 2021, pero permitir elecciones libres no estaba en los planes de Ortega y Murillo. Apresaron al liderazgo de aquel momento por casi dos años y luego lo desterraron.
Desde el destierro, poco o nada se ha avanzado. La lucha contra la dictadura está pasmada, entumida, y más bien han resurgido en el exilio las divisiones que se pensaban serían superadas por el efecto “concientizador” de los calabozos.
¿Qué se puede hacer para espabilar esta lucha? Hay pasos que se pueden dar para alcanzar el objetivo de derrocar a la dictadura
Es lucha, no campaña electoral
Se dice rápido, pero si la oposición se cambia ese chip armaría un plan de acción que realmente le dé resultados. Dejar de actuar como si se está en un concurso de popularidad para conquistar votos cambia todo.
Primero, se dejaría de lado la inútil búsqueda de la unidad entre ya más de un centenar de “organizaciones”, casi todas compuestas por menos de 10 individuos sin ninguna base que, sin embargo, en esa “mescolanza”, una persona tiene la capacidad de vetar cualquier iniciativa.
Segundo, se dejaría de actuar para las redes sociales como si de una pasarela se tratara. El plan de trabajo debe estar pensado para dar golpes eficaces, no para aburrir y desilusionar a los nicaragüenses con incontables comunicados o reuniones.
Una sola dirección y propósito
En lugar de una dirección horizontal que paraliza, la oposición que tenga éxito será la que consiga victorias. En esto, aunque incomode, habrá que tomar prestada la estrategia del Frente Sandinista de los 70. Se necesita una vanguardia, no una asamblea.
Un pequeño grupo que tenga una visión de que cada paso, cada acción, debe tener como fin derrocar a la dictadura, o al menos hacerla tambalearse. Nada más.
Ese grupo debe concentrarse en acciones y no preocuparse en tener el permiso de nadie para actuar. Las acciones eficaces contra la dictadura dan legitimidad, no al revés. Si la oposición espera tener legitimidad —o popularidad— para entonces actuar, se paraliza.
No seguir dependiendo solamente de EE. UU.
La designación de Marco Rubio secretario de Estado de Estados Unidos garantiza que en el Ejecutivo estadounidense habrá alguien que entienda el problema de Nicaragua —y de Cuba y Venezuela—, pero tampoco podemos olvidar que Donald Trump es ante todo un aislacionista, una visión que considera que a Estados Unidos le va mejor si se encierra en sí mismo para dedicar todos sus esfuerzos y recursos a su avance.
El último presidente que prestó alguna atención en serio a América Latina o, peor aún, a Centroamérica, fue George W. Bush, pero Ronald Reagan es irrepetible. La Administración Trump ve a la región poco más que como puente y generador de migrantes. Modificar esto será una lucha cuesta arriba, aun con Rubio en el Departamento de Estado.
Por eso, la oposición debe buscar alianzas entre las democracias de Centroamérica y América Latina. La oposición debe hacer ver que Daniel Ortega es un problema para Costa Rica y Panamá debido a la migración; además, para el resto por la estabilidad regional.
Pero debe ir más allá del hemisferio y las democracias europeas en la búsqueda de posibles aliados. La insistencia de Ortega de traer al hemisferio regímenes autoritarios que se ven a sí mismos como contendientes contra las democracias de Occidente para imponer un “nuevo orden mundial” solo problemas van a traer. Ortega es la punta de lanza en esta guerra que ya en otras partes del mundo es muy real.
La dictadura no cederá el poder en elecciones
Suena políticamente correcto decir que se pretende salir de la dictadura mediante elecciones. Esto era pensable en el 2019 y el 2020, no porque la oposición fuera ilusa, sino porque había que dar una oportunidad seria al cambio pacífico y civilizado.
Pero Ortega y Murillo demostraron en el 2021 que ante la propuesta electoral responden con represión y violencia. Y si quedaba alguna duda, las elecciones en Venezuela terminaron de confirmarlo.
Es cierto, no existe posibilidad de una guerra, y si existiera, nadie la desea. Una guerra destruirá toda una generación, como la destruyó en la década de los 80. Pero si la violencia generalizada no es deseable ni posible, para salir de la dictadura sí será necesario cierto grado de violencia, tristemente, en eso tenía razón Humberto Ortega.
Daniel Ortega y Rosario Murillo, junto con un reducido número de mafiosos, han secuestrado el poder en Nicaragua, remover esa costra va a requerir cierta fuerza. No necesariamente esto significa derramamiento de sangre, aunque no se puede descartar, pero sí requerirá acciones mucho más fuertes que las sanciones.
Hay que tener un plan
Ese pequeño grupo de vanguardia debe tener un plan cuando vaya a tocar las puertas. El plan se puede modificar en el camino, pero los aliados deben saber en qué se están metiendo y qué deben esperar. En la actualidad, la oposición parece que hace de todo menos actuar contra la dictadura. Y es actuar lo que hace falta.
La variopinta oposición lleva años tratando de unirse solo para acabar en fracaso tras fracaso. Ya se les acabaron las palabras unidad, unión, alianza, coalición, confederación, espacio, concertación y muchas más. Es obvio que por ahí no es.
Eduardo Enríquez es editor en jefe de el diario La Prensa.