Costa Rica se enorgullece de sus cuantiosas inversiones en educación. Como país, en primaria, ha logrado la alfabetización casi total y el acceso en todo el territorio.
Aun así, encara complejos desafíos —más visibles durante la pandemia— en lo relativo al aprendizaje básico y las desigualdades sociales. Para que Costa Rica continúe creciendo educativa y económicamente, debe dar prioridad al fortalecimiento de la primaria a través de políticas públicas eficaces, coherentes y eficientes en relación con el costo.
Tradicionalmente, hemos medido la calidad del sistema educativo y el interés político calculando cuánto invertimos. Nuestro gasto en educación ronda el 7 % del PIB, muy por encima del 5 % en el resto de Latinoamérica y aún mayor que el mismo porcentaje finlandés o belga. Invertimos alrededor de $2.500 anuales en cada estudiante de primaria, mucho más que el promedio mundial.
Desafortunadamente, la calidad de un sistema no se mide solamente por los recursos que consume. Un auto será bueno en términos de qué tan lejos puede llevar al conductor. Es así como la calidad educativa no se mide por el porcentaje del PIB dedicado a sostenerla, si no por los resultados y a qué precio.
En Costa Rica, según el Banco Mundial, uno de cada tres estudiantes en edad escolar no lee competentemente. El número es peor que en otros países de ingresos similares, a pesar de que la mayoría de los niños residentes en Costa Rica sí están en la escuela y la lectura del español es relativamente sencilla de enseñar.
Por esto, el país necesita enfocarse en los resultados y eficiencia en relación con el costo de sus políticas. En otras palabras, en cuán mejor están nuestros estudiantes producto de iniciativas específicas y a qué precio. Propongo tres pilares respaldados por evidencia científica y políticamente viables para diferentes tendencias ideológicas con el fin de mejorar nuestra educación primaria:
1. Enfoque curricular en las habilidades tempranas de lectoescritura y aritmética. Los estudiantes deben ser capaces de leer y comprender textos de dificultad apropiada al concluir el primer ciclo.
Otros países son exitosos en fortalecer estas habilidades, especialmente en estudiantes más vulnerables, al dedicarles más tiempo de clase a costa de otras materias menos cruciales en esta etapa del desarrollo infantil.
2. Educación personalizada y focalizada. La repetición escolar no soluciona las carencias de aprendizaje de los niños que no logran dominar la materia. Es caro para el Estado y las familias, y aumenta la estigmatización y la probabilidad de una salida temprana del sistema.
Deshacerse de la retención escolar —como ya se ha tratado antes— tampoco es la respuesta: en muchos casos, solo retrasa la repetición en otros grados. Una alternativa mucho más eficiente es la identificación temprana de estas dificultades y una tutoría individual o en grupos pequeños para atender las dificultades antes de que se agraven.
Las tutorías, aun conducidas dentro o fuera de tiempo escolar y por no especialistas, son sumamente eficaces para minimizar el rezago académico en estudiantes de primer ciclo.
3. Una cultura de datos y evidencia. Primeramente, necesitamos un sistema longitudinal para seguir la trayectoria académica, individual y completa de cada niño. Muchos países, incluso la vecina Guatemala, cuentan con esta herramienta, la cual les ayuda a reducir la deserción escolar mediante la identificación sistemática de estudiantes ausentes.
Segundo, necesitamos una medición del aprendizaje continua, estandarizada y de cada alumno. Los resultados de las pruebas son necesarios para diagnosticar problemas en el sistema, no para castigar a estudiantes o maestros.
Empezar las pruebas en quinto grado es muy tarde. Necesitamos sistematizar las evaluaciones rigurosas de los programas educativos nuevos. Países, entre estos Perú, establecieron sus propias unidades de investigación científica dentro de sus ministerios, a través de las cuales colaboran con expertos internacionales en el estudio y mejora de su sistema educativo.
Fortalecer nuestra educación primaria se traducirá en beneficios en la calidad de vida de los estudiantes y la economía nacional. Por ello, es nuestra responsabilidad asegurarnos de que la gran inversión anual produzca excelentes resultados, equitativos y rentables para todos.
El autor es economista y especialista en políticas educativas.