Después de haber colaborado en los últimos años en la aplicación de los exámenes de admisión de las universidades públicas, me quedan algunas dudas sobre las prioridades de las instancias y personas. Me refiero a las mismas universidades, a las instituciones de educación secundarias y a las familias de los estudiantes.
Estos exámenes se hacen desde hace varias décadas y ahora existe un solo examen, válido para todas las universidades. Unir esfuerzos permitió uniformar criterios sobre el examen mismo y costear mejor los gastos que su aplicación supone.
No obstante el paso del tiempo y la experiencia asociada, las universidades aún no han logrado construir una cultura en la cual las comunidades y los colegios escogidos como sedes de las pruebas tomen conciencia de la importancia, la responsabilidad y el reconocimiento que implica participar en dicha actividad.
Algunos pocos ejemplos sobre los problemas a los cuales me refiero: generalmente al llegar a las sedes, la persona responsable de la actividad se limita al conserje –pues los directores de los colegios casi nunca están presentes–, persona que, por su posición dentro de la institución sede, carece de autoridad para tomar decisiones.
Muchas veces, las aulas no han sido preparadas adecuadamente, lo cual significa ubicar correctamente los escritorios, eliminar la información presente en paredes y pizarras, y tener lo necesario en los servicios sanitarios para atender a las decenas o centenas de estudiantes que se presentan.
La falta de compromiso de las direcciones de las sedes seleccionadas muestra una falta de conciencia de las implicaciones que tiene el examen, cuya relevancia no se limita a las oportunidades para el futuro de los jóvenes y del país. El examen es también un instrumento legal, motivo por el cual debe custodiado debidamente y se debe brindar lo necesario para su adecuada aplicación y protección.
La selección de la sede debería considerarse como un privilegio pues permite a la institución mostrarse ante la comunidad, ya no la propia, sino de la zona. La imagen que se presenta es importante; es un honor recibir a los jóvenes.
Aunque las universidades públicas envían documentos y visitan a las sedes en las cuales se aplicará el examen, este procedimiento ha probado ser insuficiente para lograr el apropiado compromiso de las direcciones. Será necesario trabajar más en crear una cultura asociada a los exámenes de admisión, darle relevancia mediante una amplia cobertura de prensa y mejorar las políticas universitarias asociadas con su aplicación. La escogencia de un colegio como sede debería ser considerada como un reconocimiento académico importan- te, ya que permite a la institución destacar su papel no solo ante la comunidad inmediata, sino la de toda una región.
Otra dimensión del examen de admisión que también me preocupa tiene que ver con lo social. En algunos casos, la noche anterior al examen, los estudiantes inscritos para hacerlo, participan en las famosas “serenatas” y en los bailes de graduación, en detrimento de su desempeño académico. No es necesario abundar en los efectos que esa trasnochada puede tener en los resultados del examen, pero recuerdo el caso de una señorita que llegó a hacer el examen de admisión en tacones y vestido de noche. Sería importante que las familias y las autoridades de los colegios tomen cartas en este asunto para que los eventos sociales mencionados no coincidan con la aplicación del examen.
Queda abierta la discusión sobre la aplicación de la prueba y la responsabilidad que le compete a las universidades, las comunidades, los colegios y los responsables de los jóvenes para darle a esa actividad el lugar que merece.