Las comparaciones no son odiosas, sirven para autoevaluarnos y saber cómo estamos en relación con los demás. Los ránquines de países son comunes y frecuentes, y los hay sobre casi cualquier variable.
A escala global, el récord más elevado obtenido por Costa Rica es el de la felicidad. Se insiste en decir que somos el país más feliz del mundo (o el segundo). Nosotros no terminamos de creerlo, pero tampoco nos enoja pensar que somos los mejores en algo. El año pasado obtuvimos, bien merecido, el puesto más alto de nuestra historia, en fútbol.
Con frecuencia escuchamos y leemos comparaciones de nuestro país con el resto de Centroamérica o Latinoamérica, pero también con asiduidad escuchamos y leemos que no deberíamos hacerlo con la región sino con nuestros competidores directos, que, dada la globalización, no son necesariamente los vecinos.
La globalización también dificulta, cada vez más, identificar a los competidores, pues estos pueden venir de cualquier parte y a toda velocidad.
En algunos indicadores, como ingreso per cápita y desarrollo social, Costa Rica es un país medio o mejor. En los indicadores de educación fuimos muy buenos –mejor que el promedio mundial– y hemos venido cayendo de manera consistente.
En indicadores de salud, somos muy buenos para nuestro nivel de ingresos, probablemente más que el promedio mundial.
En desarrollo de infraestructura vial, somos bastante malos. Nuestras calles, carreteras y puertos son un desastre y nuestro transporte público es tan malo que promueve el servicio privado con todas sus ineficiencias y repercusiones.
En telecomunicaciones, fuimos muy buenos durante muchos años. La penetración del teléfono era de las mejores de Latinoamérica y mucho mejor que el promedio mundial.
El cambio de la tecnología, junto con el monopolio, nos hizo retroceder enormemente hasta llegar a ser de los peores. En pocos años, la penetración de telefonía celular ha cambiado radicalmente, a tal punto que ahora estamos en el lugar 15 en el mundo, mejor que en fútbol.
En velocidad de banda ancha fija, la historia es drásticamente diferente. En Latinoamérica, solo Paraguay, Bolivia y Venezuela están peor que nosotros.
Nuestras conexiones fijas de banda ancha son caras, lentas y asimétricas. La apertura del mercado nos ha quedado debiendo. Pero lo más serio es que no solo estamos mal sino que se pone peor.
Hace dos años, la velocidad promedio de acceso, en todo el planeta, era 3,1 Mbps mientras en Costa Rica estábamos en 2,1 Mbps. Ahora la velocidad promedio global es 5 Mbps y nosotros tenemos 3 Mbps. Pasamos del lugar 78 al 96.
Esta es una comparación especialmente vergonzosa, porque la infraestructura digital hará la diferencia en la vida de nuestros hijos y nietos.
Mundo digital. El desarrollo económico y social está cada vez más ligado al mundo digital, la riqueza que se produce en el mundo es cada vez más digital.
La infraestructura y la tecnología digital son fundamentales para todo. Hoy ya no es posible producir ni siquiera comida de manera competitiva sin contar con infraestructura y tecnología digital.
La banda ancha ciertamente no es suficiente para el progreso, pero sin duda es necesaria. Y nosotros nos rezagamos cada vez más.
En la reunión mensual del Club de Investigación Tecnológica del mes pasado, el ministro de Ciencia, Tecnología y Telecomunicaciones presentó un plan para conectar un millón de hogares y lugares de trabajo con fibra óptica a precio razonable.
Oírlo fue música para nuestros oídos. Da gusto saber que todavía hay visión y entendimiento. El plan tiene un potencial enorme a un costo muy reducido (comparado con proyectos de infraestructura vial, por ejemplo).
Hay que apoyarlo y empujarlo, no tengo la menor duda de que cambiará el país para bien y para siempre.
Roberto Sasso es ingeniero.