Ha sido muy edificante el debate sobre el régimen cambiario y la política cambiaria. La participación de diversos grupos de economistas, sectores y el Banco Central (BCCR) ha enriquecido la discusión y aflorado concordancias y divergencias. Desde nuestro punto de vista, las principales conclusiones son las siguientes:
Régimen cambiario. Casi todos nos inclinamos, al igual que el Banco Central, por preservar el nuevo régimen de flotación administrada. Es un gran avance.
Política cambiaria . No todos concordamos en cuanto a la política cambiaria. No es de extrañar; diferir es parte de la democracia. En términos generales, nosotros coincidimos con la política cambiaria actual, pero debemos insistir en que el BCCR imprima más transparencia a las reglas de intervención y avance hacia más “flotación” y menos “administración”.
En esto coincidimos con otros expresidentes del BCCR que han participado en este intercambio. Otro grupo, sin embargo, piensa que la política cambiaria es responsable de varios de los principales problemas económicos y sociales del país. En esto diferimos. Y aunque hacen bien en señalarlos, los invitamos a reconocer que la solución es ajena a la política cambiaria, que el BCCR no tiene los instrumentos necesarios para resolverlos y que el costo de una depreciación inducida sería muy alto para la sociedad.
Esencia de la flotación. Que nuestros críticos supongan que para nosotros la depreciación cambiaria solo conduce a más inflación, nos mueve a ofrecer una respuesta. La variación en los factores denominados “fundamentales” que influyen en el tipo de cambio, incluidos los términos de intercambio (petróleo), competitividad y otros, se refleja eventualmente en el mercado cambiario como aumento o disminución de divisas y, por tanto, el tipo de cambio nominal se mueve hacia arriba o abajo para buscar nuevos niveles de equilibrio.
Es la esencia de la flotación. No nos oponemos a una depreciación o apreciación que emane del mercado, aunque produzca efectos temporales en la inflación, pero sí a una devaluación inducida porque implica mayor emisión e inflación y tiene altos costos para la sociedad. Además, una devaluación abrupta e inducida en una economía dolarizada y con riesgos crediticios afectaría la solvencia y liquidez del sistema financiero.
Competitividad y tipo de cambio. Hemos notado, con satisfacción, que los expresidentes del BCCR participantes en este intercambio también aceptan que una devaluación inducida no es la mejor forma de mejorar la competitividad, pues se traduce en incrementos de precios.
Nosotros agregamos que tampoco sería sostenible desde el punto de vista del equilibrio del mercado, pues una devaluación abrupta contraería las importaciones de bienes finales e intermedios y el mercado volvería a ser superavitario. Además, implicaría reducciones salariales inconvenientes e indefendibles socialmente. En eso también coincide el BCCR y es una de las principales conclusiones por rescatar.
La verdadera competitividad en el mercado internacional se logra con: a) aumentos en la eficiencia y la productividad (menos costos con iguales recursos) de los procesos de elaboración de bienes y servicios transables; b) innovación tecnológica; c) oportunidad en la entrega de los productos, d) incursión más dinámica en mercados internacionales sin esperar que el gobierno toque las puertas para abrir mercados; e) disminuir proteccionismos de sectores cerrados a la competencia; y f) mejorar la infraestructura y reducir el déficit fiscal. Ninguno de estos puntos son del resorte del Banco Central.
Intervención. Es aquí donde más afloran las diferencias. Para unos, el BCCR debe intervenir a favor de ciertos sectores (curiosamente, la intervención para evitar la apreciación no era censurable, pero ahora que el mercado es menos superavitario, es un pecado mayor); para nosotros, la intervención debe ser limitada y ocasional, en las alzas y en las bajas, en atención a causas justificadas para garantizar la legalidad y neutralidad del tipo de cambio y que, de esta manera, pueda cumplir su función esencial de asignar eficientemente los recursos.
Nuevo marco legal. Es importante recordar que el BCCR ya no tiene discrecionalidad legal para fijar el tipo de cambio. Las cosas cambiaron. El nuevo régimen de flotación se enmarca en el art. 28, inciso a) ii) de la ley Orgánica del Banco Central: “La determinación del tipo de cambio corresponde hacerla al mercado”. Además, el art. 87 establece que “el Banco Central podrá comprar y vender divisas en el mercado para evitar fluctuaciones violentas del tipo de cambio y para llenar sus propias necesidades”. Es decir, solo debe intervenir para esos fines y no en pro de ciertos sectores ni, mucho menos, enfrascarse en una guerra de depreciaciones competitivas contrarias al art. IV del Convenio del FMI, debidamente ratificado por Costa Rica.
La intervención tiene límites que se deben respetar. Por eso, no es de recibo alegar que “a largo plazo, cuando la economía mundial vuelva a ser más normal, es probable que nuestro tipo de cambio real de equilibrio sea mayor al actual y, por eso, puede ser menos costoso estar de una vez cerca de ese nivel a largo plazo”.
Implicaría forzar ahora un tipo de cambio futuro que podría materializarse o esfumarse y ser, por tanto, incierto y especulativo. Hizo bien el BCCR al resistir las presiones para imponer una depreciación contraria al régimen jurídico.
Nivel adecuado de reservas. Aquí también hay diferencias. Para nosotros, el BCCR puede fortalecer sus reservas, pues es una operación válida “para llenar sus propias necesidades”. Pero una vez satisfecho el nivel adecuado, no debe seguir acumulando (o perdiendo) reservas indefinidamente. Esta regla fundamental no ha sido aún bien comprendida.
La política cambiaria ya no es tan discrecional. Nosotros coincidimos con lo dicho por el FMI de que ya existe un nivel adecuado de reservas ( Informe Art. IV, recuadro 1, pág. 30), suficiente para cumplir los objetivos convencionales del uso de reservas: capacidad para cubrir la demanda de varios meses de importación, disuadir ataques especulativos contra el colón, amortiguar fluctuaciones estacionales y shocks inesperados y propiciar estabilidad cambiaria ante una excesiva volatilidad, que sigue siendo un valor defendible de la política económica. Además, en una flotación, el ajuste cambiario cumple la función de preservar la sostenibilidad de la balanza de pagos.
Políticas desacertadas. Quizás la principal enseñanza es evitar las políticas macroeconómicas erróneas de períodos anteriores. El régimen de bandas, aunque bien intencionado, partió de un punto ajeno al equilibrio del mercado. Las cotizaciones se volcaron a la banda inferior y el BCCR, en vez de mantener con firmeza su posición y abrir las bandas según lo previsto, no supo resistir las presiones y malogró la oportunidad de modernizar el régimen cambiario.
Tiempo después, ante el fracaso de la reforma fiscal en la Sala Constitucional, las autoridades recurrieron al financiamiento externo (eurobonos) en vez de recortar el gasto. Muchos de nosotros señalamos que era un error, pues contribuiría a apreciar el tipo de cambio y a evitar ajustes presupuestarios necesarios, pero ninguno de los que hoy abogan por devaluar la moneda se opuso al financiamiento externo en esa oportunidad, ni tampoco al incremento del gasto y déficit fiscal que implicó entradas de capital privado e influyó en el tipo de cambio. Esos errores pasados deben evitarse.
Conclusión. Coincidimos en preservar la flotación y limitar la intervención para que el tipo de cambio lo determine el mercado conforme a las fuerzas evolutivas de oferta y demanda. También, en que solo se intervenga ocasionalmente para disuadir movimientos abruptos o especulativos. Pero discrepamos en que el BCCR intervenga directa o indirectamente para favorecer a unos sectores, en detrimento de otros.
Más bien, el Central debe aprender a destetar al mercado cambiario (prendido históricamente a su corpiño) para que tome vida propia y cada agente económico valore el riesgo cambiario. Se le haría la vida mucho más sencilla y podría dedicarse con tesón a controlar la inflación, que es su principal obligación.
Carlos Blanco, William Calvo, Jorge Corrales, Eliécer Feinzaig, Alberto Franco, Melvin Garita, Jorge Guardia, Luis Mesalles, Juan Muñoz y Norberto Zúñiga