De acuerdo con una investigación de la Universidad Nacional (UNA), publicada en el 2019, las notas promedio y los niveles de aprobación al final de la secundaria eran más bajos que en el resto del país en las zonas de menor desarrollo relativo.
Por ejemplo, el porcentaje de aprobación nacional fue del 66 %, pero las regiones educativas fronterizas y costeras estuvieron por debajo de ese rango, lo mismo ocurrió en relación con las notas de los exámenes.
Para indagar sobre los factores relacionados con estos resultados diferenciados, se relacionó el desempeño académico con el índice de desarrollo social (IDS) distrital, y se detectó una correlación positiva entre ellos, es decir, cuanto mayor es el IDS, mejor es el desempeño en las pruebas.
Lo anterior sugiere que uno de los factores que influyen en el rendimiento es el desarrollo social de la zona donde viven los estudiantes. ¿A qué se debe? Investigaciones recientes en el área de la neuropsicología cognitiva de la pobreza y el estatus socioeconómico determinaron que quienes viven en condiciones de vida adversas desde edades tempranas y de forma crónica tienden a mostrar un menor desarrollo cerebral, lo cual muestra relación con factores como la salud prenatal, la nutrición, el estrés o la estimulación lingüística parental.
Además, los hallazgos revelan consecuencias de las condiciones adversas tempranas a largo plazo, en aspectos tales como un menor nivel educativo, menores ingresos o deterioro de la salud mental.
Otra investigación experimental señala que el estado de pobreza impide una cognición óptima, pues la preocupación lógica, debida a la carencia, crea una carga mental que impide a la persona emplear sus recursos cognitivos apropiadamente y resolver problemas de razonamiento de manera correcta.
Esto fue comprobado en agricultores que viven pobreza estacional. Cuando están en período de cosecha y venden su producción, su desempeño cognitivo en pruebas de inteligencia sube. Cuando faltan ingresos y experimentan pobreza, su rendimiento cognitivo cae.
Lo anterior, asimismo, está influido por el autocontrol. En una investigación de la UNA con niños preescolares encontramos que la capacidad de postergar recompensas es inferior en quienes tienen una condición socioeconómica baja, y mayor en niños de estatus alto.
El autocontrol es una capacidad fundamental para el buen desempeño educativo, por ejemplo, un niño puede ser muy inteligente, pero si tiene dificultad para postergar su deseo de ir a jugar y correr, los problemas para prestar atención a su maestra y aprender de ella en los momentos en que corresponde se acrecentarán.
Con mucha frecuencia, la gente suele decir que “el que quiere puede” y que a quien le va mal en la educación es simplemente por “no ponerle suficientes ganas”. Esa creencia popular, sin embargo, no encuentra sustento en la evidencia científica. ¿Cómo tratar esta problemática? La investigación parece tener una conclusión clara: cuanto más temprano mejor.
Si queremos mayor rendimiento de los jóvenes al final de la secundaria, debemos invertir en programas de atención preescolar integral de alta calidad, a escala institucional y familiar.
La buena noticia es que contamos con estudios de nuestra región que muestran que cuando los niños de estratos socioeconómicos bajos participan en programas de estimulación psicosocial temprana obtienen resultados educativos y socioeconómicos muy superiores a los que no.
Un estudio a largo plazo encontró que quienes recibieron esta estimulación en su primera infancia consiguieron ingresos un 25 % superiores a los de sus pares en su vida adulta. Es urgente que Costa Rica preste atención a esta evidencia científica, tome decisiones y apruebe políticas públicas con base en ella.
El autor es académico del Ineina-CIDE-UNA.