En Costa Rica se ha vuelto habitual que los partidos políticos, en busca de una mayor participación ciudadana o de una estrategia para posicionar nuevos liderazgos, opten por realizar convenciones abiertas para escoger a sus candidatos presidenciales. Lo que a primera vista parece un gesto de apertura democrática, podría estar significando todo lo contrario: una puerta abierta para que intereses ajenos al ideario de un partido interfieran directamente en su rumbo, debilitando no solo su identidad, sino también el propio sistema democrático.
El politólogo Giovanni Sartori advertía de que los partidos políticos son esenciales para la democracia representativa moderna porque permiten la agregación de intereses y la formación de proyectos coherentes de gobierno. Al permitir que personas que no militan en un partido participen en la elección de su candidato, se diluye ese proyecto y se facilita la manipulación externa.
Este fenómeno no es exclusivo de Costa Rica. En Estados Unidos, aunque existen primarias abiertas en algunos estados, la mayoría de los partidos tienen reglas estrictas para evitar que votantes independientes o de otros partidos influyan en las decisiones internas. El politólogo Thomas E. Mann señala que el debilitamiento institucional de los partidos ha contribuido a la polarización extrema en EE. UU. y a una menor rendición de cuentas.
Lo paradójico es que mientras allá se reflexiona sobre los efectos negativos de una apertura indiscriminada, aquí se promueve sin mayor debate.
Desde una perspectiva filosófica, el politólogo francés Pierre Rosanvallon subraya que la democracia requiere no solo participación, sino estructuras sólidas que garanticen representación, deliberación y responsabilidad. Una democracia sin partidos fuertes se convierte en un terreno fértil para el caudillismo y la fragmentación.
En el contexto latinoamericano, donde los partidos han sido históricamente frágiles y, con frecuencia, personalistas, la tendencia a las convenciones abiertas puede entenderse como una forma más de populismo electoral. El politólogo argentino Steven Levitsky ha documentado cómo el debilitamiento institucional de los partidos en América Latina ha facilitado la aparición de liderazgos autoritarios o mesiánicos, que arrasan con las estructuras tradicionales bajo la bandera de una “nueva política”.
En Costa Rica, esta práctica ha facilitado que outsiders o figuras con escasa relación con los valores históricos de una agrupación lleguen a ser sus candidatos. El caso más notorio es el del actual presidente, Rodrigo Chaves, cuya candidatura nació de una convención abierta del Partido Progreso Social Democrático, sin mayor trayectoria institucional. Y el resultado está a la vista: un presidente sin partido, con una bancada frágil, que gobierna más por decreto que por consenso. Con esto, no quisiera desmerecer los logros de su gestión, pero es una realidad.
A esto se suma una práctica muy común en Costa Rica: el alquiler o la alianza con lo que se conoce popularmente como “partidos taxi”, es decir, agrupaciones políticas ya inscritas legalmente que son utilizadas como plataformas administrativas por figuras sin relación ideológica con ellas. Esta estrategia refuerza aún más la pérdida de identidad partidaria y profundiza el personalismo político.
No se trata de oponerse a la participación ciudadana, sino de advertir de que una democracia sólida necesita partidos fuertes, coherentes, con militancia activa y con capacidad de formar liderazgos desde adentro. Las convenciones abiertas pueden ser un atajo populista que, en nombre de la democracia, terminan erosionándola.
La democracia, decía Norberto Bobbio, no es solo un procedimiento para elegir gobernantes, sino un sistema que requiere reglas claras, instituciones estables y ciudadanos informados. La convención abierta, tal como se está utilizando, se aleja peligrosamente de ese ideal.
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Arnoldo Castillo es empresario, productor y artista.
